La historia local o los cimientos
ignorados de la historia nacional
Una aproximación a la obra del profesor Darío Betancourt Echeverry, Historia de Restrepo, Valle. De los conflictos agrarios a la fundación
de pueblos. El problema de las historias locales, 1885-1990, Gobernación
del Valle del Cauca, Cali, 1998, 490 pp.
Por: Efrén Mesa Montaña
Parece
obvio aclararlo, pero nunca está demás:
cuando
me refiero a las remotas voces que desde el pasado
nos
ayudan a encontrar respuesta a los desafíos del
tiempo
presente, no estoy proponiendo la reivindicación
de los
ritos de sacrificio que ofrecen corazones humanos a los dioses...
En
cambio, estoy celebrando el hecho de que América
pueda
encontrar, en sus más antiguas fuentes, sus más jóvenes
energías:
el pasado dice cosas que interesan al futuro.
Eduardo Galeano
Fotografía de Gustavo Adolfo Mesa M.
No voy ha hacer un comentario a
este trabajo, como habitualmente se hace cuando se trata de presentar una obra
historiográfica. Me referiré, en cambio, al entorno en que se construyó, tocando
aun brevemente sus contenidos para invitar con ello a su lectura.
La historia de Restrepo, Valle,
se escribió durante la segunda mitad de 1994 y la primera de 1995. Darío había
venido madurando el proyecto desde un año atrás, pues reconocía que, aun cuando
su labor investigativa se había ocupado de la región del Valle del Cauca,
encontraba profundos vacíos en la conformación económica y social regional, y
era preciso dar cuenta de los procesos que conllevaron el desenvolvimiento de
la sociedad actual, particularmente de la cordillera Occidental del valle, y
específicamente de su tierra natal, Restrepo.
Si el tema estaba propuesto,
convenía entonces la aplicación de una metodología que se ciñera a los
presupuestos de la historia regional y que por ello diera cabida a los
fundamentos teóricos que habían dado origen al proyecto, esto es, que desde
finales del siglo pasado, la acumulación de capitales y el fortalecimiento de
la burguesía comercial en los marcos del libre comercio, a partir de la exportación
cafetera, permitieron la construción de un modelo de Estado centralista y
autoritario, con imposición del centro sobre la periferia, que ignoró por
completo a las regiones, las fracciones de clase desposeídas, las etnias y, por
ende, un proyecto de identidad nacional. La crisis de este modelo se manifestó
con la irrupción de nuevas fracciones de clase en los marcos del desarrollo de
la economía cafetera, la colonización originada por los desplazamientos de
población, resultado de las fratricidas guerras civiles con las que se despidió
el siglo XIX y se inauguró el XX, los enclaves extranjeros y la incipiente
manofactura.
Los cuarenta años de hegemonía
conservadora apuntalaron un Estado maltrecho, desconectado del país, construido
sólo para sostener en el poder una fracción de clase que gobernó en medio de
complejas coaliciones y con escaso consenso. Al caer la hegemonía conservadora,
el diluido modelo de Estado recibió desde sus inicios, con la república
liberal, un intento de reforma y consolidación. Sin embargo, de la década del
treinta al cincuenta, de los años cincuenta a los sesenta y aún hasta los
tiempos actuales, el Estado ha mantenido constante la combinación de
modernización con violencia, violencia y modernización como medida de control
de los conflictos sociales.
Nada más evidencia un Estado
débil, diluido, particularmente en las regiones, por la ausencia de idoneidad y
en beneficio de los propios intereses de quienes por ello lo han construido a
medias, ficticiamente. Al lado de esto, el surgimiento de pueblos y caceríos en
la cordillera Occidental del Valle, se dio al margen de la intervención del
Estado como resultado directo de la colonización y los núcleos de
abastecimiento, y encuentro de la población colonizadora, cuya organización y
progresos tuvieron origen en la superación de las necesidades de su propia
gente.
Esto propone, precisamente, la
indagación por la naturaleza del Estado, el cual tuvo visos de contrucción en
el marco de la acumulación de capital, no propiamente con la manufactura o la
producción industrial, sino con un producto exótico,
como el café, que no generó una fuerte y temprana clase obrera, sino
trabajadores y colonos que terminaron controlando la producción, pero no la
comercialización, siendo al mismo tiempo presas del bipartidismo y la violencia
generada por éste, y cuya expresión más fiel se encuentra en los conflictos
agrarios.
En tal sentido, la violencia,
hasta los años cincuenta, con breves intervalos de aparente calma, está ligada
al conflicto agrario, aun cuando parece manifestarse como resultado de las
luchas partidistas. A partir de allí, ésta podría entenderse como una violencia madre, que articula,
direcciona y condiciona las posteriores violencias, aun incluso hasta la década
del noventa, si se entienden como violencias acumuladas en tanto que la una
implica y hereda elementos de las anteriores, tornándose, sin embargo, más
complejas y con mayores contradicciones en juego. En otras palabras, las
sucesivas violencias a lo largo del siglo son el resultado de conflictos no
resueltos y que han transcurrido, modificando, fracturando y reconstruyendo
localidades, regiones y departamentos, justamente donde el Estado no ha hecho
presencia.
Con tales presupuestos, el modo
de ver las raíces de un problema necesariamente exige al investigador la
preocupación por abordar desde la práctica interdisciplinaria el objeto de
estudio, tanto en el proceso de investigación como en el conocimiento de
problemas que interesan en la búsqueda de salidas eficaces y favorables a la realidad nacional.
En tal caso, la historia regional
no es sólo una forma de acceder al conocimiento de objetos más próximos a la
realidad, en este caso la del investigador y aun la población por la que se
interesa el estudio, sino de profundizar las manifestaciones de un fenómeno en
una determinada zona del país, para contrastar y ampliar las visiones generales
con nuevos enfoques, expresiones y complejidades que maticen y enriquezcan la
comprensión de los conflictos que hoy día sumen en la incertidumbre nuestra
realidad. Así, la historia regional es, en el mejor de los casos, una parte que
ilustra con detalle la totalidad de nuestro drama cotidiano.
La exigencia metodológica radicó
en enfrentar los conceptos de región y regionalización y así mismo los fenómenos
derivados de su concreción, pues con ello se daba paso a responder sobre los
procesos mayores que tienen que ver con la participación e identidad nacional;
es decir, con problemas de nuestro tiempo. En este caso, al estudiar la
formación social colombiana, la idea de región se vincula básicamente a lo que
los geógrafos han definido como región natural o región político
administrativa, y en esto una regionalización que simplifica la complejidad de
los espacios internos. Sin embargo, en el caso que compete al estudio, la
primera no coincide con la segunda, aunque las barreras geográficas aparezcan
como condicionantes de las decisiones del Estado.
La principal tarea de la historia
regional, como disciplina, dados los requerimientos del estudio, consistió en
superar los conceptos de región natural y político administrativa, y tratar de
ofrecer alternativas mediante la construcción de espacios geohistóricos como la
naturaleza de sus dimensiones socioculturales, llegando así a considerar la
región como una categoría móvil, que se construye y reconstruye a lo largo del
tiempo y cambia con el mismo; es decir, que se trata de una construcción social
y cultural desarrollada por los hombres en una espacio y tiempo determinados,
que se reduce o expande según las contradicciones económicas o sociales y se
halla en permanente fricción con los departamentos y la nación.
Dentro de esta perspectiva, se
establecen los ritmos de poblamiento, las transformaciones económicas y la
configuración de hábitos y costumbres que han ido abordando las gentes en
cuanto a su pertenencia de uno a otro territorio; es decir, lo que tiene que
ver con su identidad. Así, región y regionalización como conceptos sólo pueden
ser definidos en realidades concretas, referidas siempre a historias locales,
provinciales, historias regionales y nacionales.
El propósito de Darío, con esta
obra, parte precisamente de estos presupuestos. No se trata de un trabajo que
pretenda desvertebrar la historia nacional para analizar incipientemente sus
partes, pues considera que la historia regional y en ésta la historia local, se
constituye antes que nada, como fundamento de la historia nacional en la medida
que pone de manifiesto los vacíos en el conocimiento del conjunto de verdades
que arman el rostro de Colombia, y donde la sociedad podrá ser reconocida en su
diversidad espacial y temporal al ser analizadas y sopesadas sus partes. De ahí
que, sin perder de vista que nuestra formación nacional es ante todo producto
de una diversidad desigual y combinada, convenga en que tal diversidad requiere
del estudio de sus matices, su identificación y construcción.
El problema de las historias
locales, como así subtitula el trabajo, tiende a dilucidarse al considerar que
fundamentalmente ésta constituye uno de los pilares básicos de una historia
total. Así, la historia local es eslabón o parte de la historia regional; la
historia regional es componente de la historia nacional, y ésta, a su vez,
tiene vinculación con las estructuras internacionales que inyectan dinamismo o
marginalidad al municipio o parroquia, objeto de estudio.
Se trata, pues, de una especie de
inventario histórico, cuyo conocimiento de sus marcos geográficos,
antropológicos, arqueológicos, económicos, políticos y sociales, se presenta
como una contribución para salir del laberinto de las violencias que los
cubren. Un desafío que necesariamente aflora en medio de las complejidades de
un país cada vez más agresivo, dominado por clases políticas convencionales,
sin capacidad para gobernar por sí solas el maltrecho mundo construido y
abigarrado de tantas presencias indefinidas. La realidad actual, entonces,
invade las conciencias invitando a buscar en los entornos inmediatos las raíces
de las contradicciones y la identidad de un país sin proyecciones, pues si la
identidad es precisión de un entorno, desconectado por su silencio del devenir
de un país, la región constituye una fuente fundamental en la búsqueda de
autoreconocimiento.
El problema de las historias
locales, para Darío, enfrentó igualmente un complejo inconveniente que era
necesario resolver. Sobre el municipio de Restrepo existen una cuantas
monografías que intentan reconstruir la historia, aun cuando su trama se
entreteje con la anécdota. De ahí que partiera de la base de que sin teoría, la
fragmentación y trivialización del discurso histórico es una amenaza inmediata,
pues no responde a nada, y considerara que el análisis de rituales y de la vida
cotidiana pueblerina puede ampliar nuestra visión del pasado de una sociedad,
pero sólo si está ligado a preguntas centrales que relacionen estas conductas
con el sentido de una vida o una sociedad. De otra manera, se podría perder
toda perspectiva global, el vínculo de unos problemas con otros y reemplazar la
historia como cuestionamiento del pasado
y como pregunta, por una historia que valora sólo lo aislado y lo independiente
y que no puede encontrar otros motivos diferentes de interés que la pasión por
lo llamativo, lo sorprendente, lo anecdótico, lo pintoresco.
Sin perder de vista estos
presupuestos, considera que el desarrollo de una historia regional tiene como
base la fundamentación y conocimiento del pasado partiendo del presente para
construir y dar respuestas a los avatares actuales y al porvenir.
Por esto, la necesidad de
rescatar la historia local, la historia parroquial, en buena parte maltratada y
condenada al ostracismo por la ingenuidad de quienes han creído poseer
patrimonio divino de los privilegios temáticos. Esto implica, como bien en el
trabajo de Darío se evidencia, un compromiso con lo terrígeno, con los mitos,
con la ritualidad y la leyenda, para lo cual se vale de la historia oral, pues
ésta se hace indispensable cuando las historias silenciosas, ocultas y
subterráneas vinculadas a las clases analfabetas y a las clases pobres de los
campos, no han dejado registro de su pasividad o sus abruptas irrupciones,
convertidas en reclamos y protestas colectivas.
Bien es claro para el autor que
tradiciones, leyendas, visiones y ambientes monótonos, de paz o de guerra, han
sucumbido con la muerte de generaciones de gentes humildes; de ahí que los
relatos orales que incorpora al trabajo y que en buena parte contribuyen a
sustentar el material de archivo que utiliza, se remonten incluso hasta los
tiempos en que llegaron los primeros pobladores del actual Restrepo. No lo
invade con esto una actitud sentimental, sino la necesidad de rescatar la
presencia histórica de los diseñadores principales de una de las caras de
nuestra nación, y es que una de las virtudes del trabajo constituye el rescate
de la propia voz, de haber podido construir objetos de saber a partir de allí,
rompiendo con discursos amañados, llegados casi siempre del norte y alabados
por las academias y los medios, encargados de mantener y prolongar aún más la
confusión sobre nuestras propias realidades.
La historia regional y local que
Darío nos ofrece, tiene como podrá advertirse, implicaciones sumamente serias y
complejas como para reducirlas a un problema más de las ciencias sociales, en
el sentido en que aborda el estudio de las especifidades de nuestra sociedad, y
de hecho conlleva problemas de método que lo acercan con otras disciplinas,
entre ellas, la geografía, la antropología, la arqueología, la economía, etc.
La descripción del entorno, las transformciones del medio y aun la degradación
ambiental que desde sus inicios se dio con la paulatina ocupación y el desmonte de bosques para la roturación
de tierras y apertura de potreros, ocupan buena parte del trabajo, y se
aventura en la propuesta de soluciones.
Con todo, aunque el estudio
establece una limitación que parte desde 1885 hasta la década del noventa, va
mucho más atrás, remontándose a la época precolonial, deteniéndose en el
análisis de los modos de vida de las primeras culturas que poblaron la
cordillera Occidental. Para tal evento sus fuentes se basan tanto en crónicas,
visitas de tierras y relatos de viajeros. Desde una pormenorizada descripción
de las culturas indígenas que poblaron el actual departamento del Valle,
sutilmente se va interesando en las que ocuparon el territorio en que se halla
Restrepo, concluyendo que los asentamientos indígenas correspondieron a los yacos, distribuidos en las márgenes del
río Calima. Uno de estos pueblos o comunidades indígenas, conocido entonces
como Pacara, presumiblemente habitó el área del actual Restrepo, y estaba
liderado por el cacique Bonba, quien hacia 1552 tributaba con sus 146 indios al
encomendero Pedro López Patiño.
La profusión de cifras respecto
al número de población y de la diversidad de culturas que ocuparon los valles
internos de la cordillera Occidental en la región de estudio, es enorme, y
permite apreciar los brutales cambios que se dieron con el desenfrenado avance
de los sistemas de explotación española
La ocupación gradual del plan del
Valle por los españoles, los repartos de tierras y de población en encomiendas,
fueron diezmando paulatinamente las culturas indígenas, hasta dejar desoladas
aun las laderas y rincones de la cordillera Occidental. Este territorio
permaneció ajeno a la intervención del hombre hasta finales del siglo pasado,
pues las tierras que brindaron interés de explotación económica con el
desarrollo y consolidación de la hacienda fueron las que conformaron el valle
geográfico del río Cauca, tiempo después, incluso, de que la hacienda comenzara
a declinar.
A finales del siglo XIX los
movimientos colonizadores de gran parte de la población colombiana desplazada
por las guerras civiles, empezaron a ocupar gradualmente la cordillera
Occidental del Valle. Estos enormes territorios serían el enclave de los
sucesivos conflictos por la ocupación y posesión de la tierra, pues algunas de
las haciendas de la margen occidental del río Cauca no sólo extendían sus
límites hasta el pie de monte, sino que se prolongaban hasta el interior,
rebasando incluso las divisorias del agua. Se trataba, sin embargo, de linderos
ficticios, pues las tierras habían permanecido incultas y eran desconocidas por
quienes alegaban su propiedad, y cuyo interés se había despertado por la
valorización que pronto las tierras empezaron a cobrar con la producción
cafetera. Los puntos de partida para la colonización y fundación de pueblos se
había establecido con anterioridad con el desplazamiento de antioqueños hacia
el sur, fundando poblaciones como Manizales, Armenia, Circacia y Montenegro.
Estas fundaciones constituyeron el punto de partida para la posterior
colonización del territorio de Restrepo desde 1885 y Darién, que continuó con
Trujillo y otras poblaciones ya bien entrado el siglo XX.
Las migraciones hacia la
cordillera occidental del Valle se hacen permanentes entre 1900 y 1940; esta
ola migratoria emprendida por colonos antioqueños, caucanos, nariñenses,
boyacenses y tolimenses, ha sido definida como colonización tardía. En el
transcurso de este período, la ocupación de la zona montañosa estuvo siempre
acompañada de conflictos agrarios, los cuales se fueron recrudeciendo por la
escasés de tierras y el embate de las empresas parceladoras, como la Burila,
que en la gran mayoría de los casos exhibía títulos de propiedad viciados sobre
las parcelas de los campesinos, para pedirles que desocuparan o compraran la
tierra que con su esfuerzo habían roturado; al amparo de políticos y
funcionarios corruptos, estas empresas se expandieron frustrando las
aspiraciones de los colonos, mediante las estafa o el desplazamiento. Al mismo
tiempo, la presión sobre pequeños finqueros y colonos cafeteros por parte de
hacendados y terratenientes de la zona plana, obligaba a muchos dee éstos a
internarse aún más en busca de tierras o a resistir. La infinidad de pleitos
que durante este período se producen, evidencia la crítica situación de los
colonos, y manifiesta al mismo tiempo la concentración del poder económico y
político en manos de los grandes propietarios, comerciantes y tempranos empresarios,
ante la ausencia del Estado como regulador de los conflictos, pues no puede
desconocerse que el repentino interés por los territorios de la cordillera va
aparejado con los procesos de desarrollo agroindustrial del departamento del
Valle en la primera década del siglo XX, y por el auge de los cultivos
cafeteros, que valorizaron las tierras.
A la par de esto, las luchas
partidistas disfrazaron hábilmente el conflicto agrario y constituyeron la
esencia de las violencias que han azotado la región a lo largo del siglo. Muy
pocos campesinos lograrían, mediante el cambio de filiación política, como el
llamado "recalce", conservar sus propiedades.
Es, en medio del fragor de los
conflictos que surge la población de Restrepo, cuyas tierras pertenecían a Julio
Fernández Medina, un precario hacendado, movido más por el interés de ensanchar
sus propiedades que por hacerlas productivas. Este, junto con Manuel Escobar
Torres, dominaban la región; el primero dedicado a la incipiente producción
agrícola con la caña panelera, principalmente, mientras el segundo daba
prioridad a la ganadería. La ola de colonos paulatinamente empezó a ocupar las
tierras de estos hombres que alegaban ser sus propietarios, aun acuando no
poseían documentos que pudieran corroborarlo, Con el tiempo, ante la
indetenible ocupación de éstas y aun terrenos fuera de sus linderos, no
tuvieron más alternativa que aceptar la lenta e imparable colonización del
territorio.
Sin embargo, previendo futuros
dividendos, Fernández Medina, quien ya tenía experiencia como fundador, decidió
donar un terreno para la fundación de un pueblo, justamente aquél que
topográficamente ofrecía menos posibilidades de explotarlo en la agricultura o
la ganadería. Tenía, aparte del desprendimiento y buenos propósitos con los que
entregaba a los colonos las parcelas, como inmediato interés el que con la
ocupación y desarrollo del caserío, sus tierras aledañas se valorizaran. La
propuesta, que había sido acogida por los colonos vecinos, se matizaría con la
cración del corregimiento de La culebrera, sujeto a Vijes, hasta 1924, cuando
es erigido en cabecera municipal mediante la presión y la marcha sobre Cali,
hasta lograr su autonomía.
En todo caso, los ambiciosos
propósitos de su fundador, Julio Fernández Medina, no llegaron a concretarse,
pues los terrenos que se había reservado para su posterior provecho pasaron
pronto a manos de quienes se habían encargado de administrarlos y de quienes
llegaban llamados por las noticias del reparto de parcelas, y habría de morir
en condiciones de extrema pobreza. Suerte igual corrió Manuel Escobar Torres,
pues debió abandonar la región debido a los pleitos y enfrentamientos que
caracterizaron sus relaciones con los colonos, quienes, ante los reclamos de
éste por la invasión de sus terrenos, le exigían la presentación de los títulos
de propiedad.
En este marco de conflictos,
resultado de un proceso sostenido de colonización dispersa, producto de la
ocupación antioqueña, caldense y nariñense, inicialmente, sobre las dudosas
posesiones de terratenientes caucanos, el municipio de Restrepo hinca sus
raíces y se encauza salvaguardando el orden, sus costumbres, en las cuales
aflora una profunda religiosidad que controla todas las vidas y que al mismo
tiempo permite disentirla; un orden conservador que propone, enraizando
prejuicios, mediar las relaciones entre los hombres y es por ello ajeno a sus
acciones, contradicción abierta que muestra el espejo fragmentado de nuestra
identidad, todavía en construcción, pero de la que poco a poco, con la reunión
de sus partes y su diversidad a toda prueba, se irá fraguando la idea y la
concreción de nacionalidad, tantas veces vejada en su proyecto por la fea
propensión al olvido, cabos sueltos,
eternos conflictos sin resolver, de los que está saturada la historia
del país, de la cual este libro es un valioso ejemplo.
Sin embargo, como el autor lo
confiesa, estos hechos han trascendido como gestas heroicas, plenas de
romanticismo, aquél que suscita la colonización y que desconoce plenamente la
enormidad de sus orígenes, lo que es, para terminar, una invitación a su
lectura, aquella que Darío, con el entusiasmo que siempre lo caracterizó por
dilucidar la enmarañada red que compone nuestra historia, gustosamente hubiera
comentado.
Ver más:
http://www.pedagogica.edu.co/storage/folios/articulos/folios11_16rese.pdf
https://es.scribd.com/doc/293190770/Mito-y-Realidad-en-La-Historia-de-Las-Violencias-Colombianas-by-Efren-Mesa-Montana
https://es.scribd.com/doc/293190992/La-Historia-Regional-Fundamento-de-La-Historia-Nacional-by-Efren-Mesa-Montana