Por Efrén Mesa Montaña
En los últimos años viene haciendo presencia una nueva tendencia pedagógica, conocida como “educación socioemocional”, que consiste en “el reconocimiento de las emociones propias y de los demás, así como la gestión asertiva de las respuestas a partir de una adecuada autorregulación, lo que favorece las relaciones sociales e interpersonales, además de la colaboración con otros” (Álvarez Bolaños, 2020, pp. 388-341).
En otras palabras, se busca, desde la pedagogía, hallar el sentido de las relaciones sociales, en lo que sienten las personas y en la expresión de esos sentimientos en situaciones específicas en las relaciones con los demás, con el propósito de prevenir y atender las necesidades sociales y garantizar el aprendizaje y desarrollo de competencias, con el objeto de lograr desempeños efectivos y alternativa de bienestar de los sujetos.
Esto, como respuesta a las crisis de ansiedad y depresión que aqueja a los jóvenes en la escuela, probablemente como resultado de las dificultades familiares, la tensión escolar o la desesperanza que enfrentan ante un mundo cada vez más desconectado socialmente, movido por el individualismo posmoderno del consumo, que ofrece desde la vitrina, pero niega en la práctica su alcance.
Así, efectivamente, los trances que afrontan las familias ante el desempleo, la ausencia de un miembro o las desviaciones de éstos en el consumo de sustancias ilícitas, afectan directamente a los jóvenes, quienes se sienten inermes y ajenos como respuesta al mundo de los adultos. Estas situaciones indudablemente conllevan el distanciamiento, el mutismo, el encerramiento de los jóvenes en las preguntas que no encuentran respuestas, mientras en la escuela se convierten en seres extraños socialmente de su entorno, de sus compañeros y de la realización de los deberes escolares.
En la misma dirección, la tensión escolar generada por la “presión” del cumplimiento de las tareas escolares, casi siempre dejadas para última hora, donde los jóvenes advierten que disponen de derechos, aun cuando durante las clases hubiesen permanecido evadiendo su ejercicio, inmersos en el mundo virtual de las redes sociales. Efectivamente, no hay ejercicio más dañino y generador de depresión que el ocultamiento de la realidad en el mundo virtual de la Internet, para estimularse con pedacitos de “información”, chismes y rumores, que apartan a las personas del objeto del conocimiento, como desarrollo del intelecto y las prácticas sociales. En consecuencia, se pierde la capacidad de implicarnos en las formas más elevadas de pensamiento de los seres humanos, como la contemplación, la reflexión, la introspección, pues éstas requieren que se preste atención, lejos de distracciones e interrupciones (Carr, 2011).
Así, la Internet, distante del ofrecimiento de información con el que se perfilaba hace no pocos años, se ha convertido en un laberinto de refugio para evadir responsabilidades, y en un instrumento peligroso para impedir la adquisición y formación de nuevos conocimientos, a la vez que para perder experiencia y sumergir a los jóvenes en mundos donde el conocimiento es cualquier cosa, donde la pobreza de experiencia es su única expresión (Benjamin, 1989).
Al mismo tiempo, la desesperanza generada en un mundo cada vez más desconectado de la realidad efectiva, donde los seres humanos apenas disponen del tiempo necesario para trabajar o enfrentar el rebusque cotidiano, no ofrece ninguna expectativa más allá del más cercano horizonte. Sus hijos ya sabrán arreglárselas.
Qué hacer. La educación socioemocional pareciera ser la respuesta, aun cuando hoy día enfrenta el cuestionamiento de algunos críticos, al considerar que el discurso de ésta “es dominante, instrumental, y alineado a intereses del sistema económico para formar trabajadores y consumidores emocionalmente maleables” (Álvarez Bolaños, 2020, p. 388), como en efecto parece ocurrir: una pedagogía no dispuesta a intentar solucionar los problemas que acarrean los jóvenes, sino a servir de paño de lágrimas. Por supuesto, no quiere decir esto que se desconozcan los problemas que los jóvenes, en solitario, enfrentan cotidianamente, pues no se les brinda una respuesta efectiva, sino apenas paliativos que les distraen momentáneamente, para continuar inmersos en sus soledades.
En este sentido, se debe abocar por una educación donde las responsabilidades se constituyan en el camino hacia las metas, y en una forma de prevención de avatares futuros. De allí entonces la necesidad de educar para la práctica de los derechos, que son deberes en su ejercicio. Desde muy temprano, el sistema educativo, desde todas las disciplinas del conocimiento, y en cabeza de los maestros como transformadores sociales, debe empezar por recordar que el país es un Estado social de derecho, y que por ello su experiencia es ineludible (Mesa Montaña, 2020).
La práctica de derechos conlleva la dignificación del ser humano, eternamente excluido; le fortalece, en la medida que advierte el adiestramiento de sus capacidades, y le abre caminos en la medida en que se reconoce en un ser capaz ya no de soñar, sino de llevar a efecto lo que antes era quimera, y le hace fuerte y necesario en la medida en que le incluye donde antes permanecía al margen. Esa necesidad no se puede postergar más tiempo.
Se hace necesaria entonces, una sociedad que, desde la escuela, abogue y actúe en la transformación del ser humano, en sus dignidades, en la resolución de los conflictos que lo abotagan y le apartan de su ejercicio de deberes, de experiencia de derechos, para que al fin alcance sus más soñadas metas, alejándose del mar de ensueños en que le distrae la Internet y la brutalidad de un mundo en el que inmerso en las redes sociales desconoce. Sólo de esa manera, en que se le tuerza el pescuezo al cisne de la ingenuidad y se enfrente la realidad en sus más oscuras certezas, es que quizá se pueda vislumbrar un camino de dignidad y autonomía, de resolución y trabajo, pero también de ganas de vivir, de ser, de transformar.
Referencias
Álvarez Bolaños, E. (abril-octubre, 2020). “Educación
socioemocional”. En Controversias y Concurrencias Latinoamericanas. Vol.
11, núm. 20, pp. 388-341.
Benjamin, W. (1989). “Experiencia y pobreza”. En Discursos
interrumpidos I. Buenos Aires: Tauros.
Carr, N. (2011). Superficiales. ¿Qué está haciendo
Internet en nuestras mentes? Bogotá: Tauros.
Mesa Montaña, E. (2020). La experiencia de los
derechos. De la desigualdad, la exclusión y la deserción escolar a la práctica
de derechos, para un país incluyente. Bogotá: Ediciones Antropos.
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