Las vicisitudes del movimiento estudiantil en Colombia. De la matanza de estudiantes de 1954 a las acciones del MANE, en 2011
Por
Efrén Mesa Montaña
Debajo de las clases
populares conservadoras
está el sustrato de
los parias y de los “uotsiders”, las otras razas, los otros colores, las
clases explotadas y perseguidas, los obreros en paro y los que ya no
pueden encontrar un empleo. Todos ellos se sitúan fuera del proceso
democrático; su vida expresa la necesidad más inmediata y más real de
poner fin a condiciones e instituciones intolerables. Así, su oposición es
revolucionaria, aunque su conciencia no lo sea…
Herbert Marcuse, El hombre
unidimensional
La violencia humana
siempre ha sido un sistema de defensa-ataque de un grupo
contra otro.
Ocurre cuando hay discrepancia entre esos grupos sociales.
¿...cómo se cura? En el
caso humano es fácil de corregir:
se corrige con una
cosa que se llama educación.
Rodolfo Llinás
“Sin título”, boceto de Juan Genovés
Las ideas de Jean Paul Sartre influyeron decididamente
en las revueltas estudiantiles de mayo del 68: “La doctrina que yo les presento
es justamente lo opuesto al quietismo, porque declara: sólo hay realidad en la
acción; y va más lejos todavía, porque agrega: el hombre no es nada más que su
proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es por lo tanto más que el conjunto de sus actos,
nada más que su vida”.
Jean Paul Sartre, El
existencialismo es un humanismo
Una presentación
Nos proponemos
mostrar en las líneas siguientes algunos de los incidentes por los que ha
atravesado el movimiento estudiantil colombiano, particularmente en la
coyuntura de la dictadura de Rojas Pinilla, y de cómo, desde sus orígenes, se
ha mantenido al margen de la realidad social y política del país, en
apariencia. En la misma dirección, intentaremos adentrarnos en los eventos
generados por el movimiento estudiantil de reciente emergencia, en 2011,
particularmente los desconciertos que sembró frente a las ambigüedades y
desconfianzas de quienes han considerado la protesta estudiantil como banal,
sin dirección y sin resultados.
En efecto, los
movimientos estudiantiles, en Colombia y el mundo, aparecen de manera
espontánea, realizan acciones y luego desaparecen. Esta forma de actuar ha sido
suficiente para que estudiosos de todo orden aventuren hipótesis, que parecen
confirmar cuando los movimientos estudiantiles frente a sus demandas se hunden
en el fracaso.
En todo caso, los
movimientos estudiantiles en el mundo no siempre persiguen los mismos objetivos
ni en todo el mundo son tolerados o reprimidos por las fuerzas policiales.
Además de ello, la ideología difiere de manera profunda de uno a otro
movimiento. Durante el Mayo del 68, por ejemplo, mientras el movimiento
francés, influido por el marxismo, de manera radical apuntaba hacia un cambio
total en las esferas intelectual y material, así como en las instituciones y en
las relaciones sociales, los movimientos norteamericanos tenían una tendencia
más conservadora.
A su vez,
en países con gran desarrollo industrial y tecnológico, como Japón, la protesta
juvenil y los movimientos de estudiantes, se dirigen hacia la dignificación de
la vida a partir de la degradación humana que conlleva el exceso de trabajo,
así como la defensa del medio ambiente. Así, la revolución no surgiría
entonces, de la protesta contra la miseria y las privaciones, sino de la
necesidad de humanización de la vida y por la degradación de las fuerzas
productivas.
Estudiante lanzando piedra contra un tanque de la
policía, en Bogotá, 1971
En los países
subdesarrollados, las cosas son diferentes. El pregonado lema de “la
imaginación al poder” se halla ajeno de las exigencias del devenir cotidiano.
La experiencia ha confirmado que en el aún llamado Tercer Mundo, los
movimientos estudiantiles son quizá más radicales y que, espoleados por la
presión de los gobiernos, que responden a las exigencias del imperialismo
—aunque esta palabra pareciera mandada a recoger—, protagonizan marchas y
mítines, en los que no rara vez la violencia se hace presente. En otras
palabras, los movimientos estudiantiles, como la protesta social en los países
de nuestra región, se mueven en la esfera de la revolución que responde a la
situación de pobreza, de marginación y de explotación; las demandas son por
democracia efectiva, por la dignificación de la vida, y en ello tienen que ver
las marchas en contra de la privatización de la educación, y es esto es lo que
ocurre en Colombia.
Continuidad y discontinuidad del movimiento estudiantil
Frente a las
eventuales frustraciones del movimiento estudiantil colombiano podemos
aventurar aquí dos conjeturas en procura de advertir su fragmentación y
discontinuidad. La primera tiene que ver con la ausencia de una democracia
efectiva; es decir, que se evidencie en la experiencia, en la práctica. Resulta
paradójico que Colombia, que pregona la democracia más antigua del continente
sea, como dice Antonio García, el país de la América Latina donde menos se
hallan vestigios de su experiencia. Esta carencia influye de manera decisiva en
la limitación de las manifestaciones de protesta, en la expresión contundente
de inconformidades, pues la respuesta es la represión. Hay entonces una especie
de autocensura, y se hace preferible tolerar la injusticia con los dientes
apretados.
Esperando a
los manifestantes, años setenta
La segunda tiene que
ver con la discontinuidad que se genera en el mismo movimiento estudiantil, en
virtud de que éste se presenta de manera cíclica; es decir, quienes realizan
una jornada de protesta en una época, no son los mismos en la siguiente, sino
personas “nuevas” que se inician en la protesta sin más recursos que los de la
indignación espontánea. En otras palabras, la discontinuidad del movimiento
estudiantil por su carácter cíclico, impide llevar a efecto el acumulado de
experiencia, de conocimiento legado por anteriores partidarios.
Por otro lado y
sumado a esto, la marginalidad de la protesta en sus demandas más apremiantes
se advierte en los medios de comunicación. Por el contrario. Vemos cómo, lo que
en principio es una exigencia frente a la negligencia o vulneración de
derechos, en los medios se presenta como una arremetida de “antisociales”, de
“desadaptados”, de “vándalos”, de gente sin oficio que atenta contra la
propiedad y las buenas costumbres. Los medios, cuyo papel no es precisamente el
de informar, performan la realidad, la tergiversan, le dan un sentido
diferente, y las demandas iniciales y quienes las exigen, terminan siendo
rechazados y marginados. No sería exagerado sugerir que, de alguna manera y a
partir de lo anterior, el mayo del 68 en Colombia haya pasado si no de manera
desapercibida, por lo menos sin demasiado entusiasmo.
De la matanza de estudiantes de 1954 y otros sinsabores
A finales de los agitados años veinte en Colombia, las manifestaciones de
protesta contra el régimen de Abadía Méndez se hicieron notorias. En las
innumerables jornadas de protesta, se cuestionaba la imperante corrupción en la
municipalidad bogotana, el nepotismo rampante en la administración pública y el
control político, económico y administrativo ejercido por “La Rosca”, un grupo
de políticos, liberales y conservadores, que disponían de las instituciones del
gobierno como si fuesen de su propiedad. A mediados de 1929, a las protestas
sociales se sumaron los estudiantes, quienes abiertamente criticaron el
carácter represivo del régimen conservador, denunciando a Carlos Cortés Vargas,
quien se desempeñaba como Director de la Policía, y que apenas seis meses atrás
había dado de qué hablar por la represión brutal con la que sometió a los
trabajadores de las bananeras, dejando como saldo un número indeterminado de
muertos.
Portada de El Espectador, 9 de junio de 1954
Así, el 7 de junio
de 1929, después de una jornada de protesta, el estudiante de derecho, Gonzalo
Bravo Páez se dirigía a su casa en compañía de algunos amigos, cuando, sin que
mediara razón, la guardia presidencial disparó contra el joven. Al día
siguiente, durante el sepelio, las voces de protesta contra régimen de gobierno
se hicieron intensas, y desde entonces, teniendo en cuenta que Bravo Páez fue
el primer mártir de los estudiantes, el 8 de junio se convertiría en la
efeméride clásica de los estudiantes.
En esta fecha,
veinticinco años después, mientras los estudiantes realizaban una jornada
cultural en la Universidad Nacional, en inmediaciones de ésta fue asesinado por
el Ejército, el estudiante Uriel Gutiérrez Restrepo. Al día siguiente, 9 de
junio de 1954, los estudiantes se volcaron a las calles protestando por lo
sucedido. Si bien era cierto, las relaciones de los estudiantes con el régimen
dictatorial de Rojas Pinilla desde un año atrás no habían sido las mejores, y
lo sucedido el día anterior acababa por confirmarlo. Así, durante la manifestación,
que se hacía álgida reclamando por los hechos al gobierno, en pleno centro de
Bogotá, en la carrera séptima con calle trece, el Ejército disparó contra el
grupo de estudiantes, dejando 13 muertos y 40 heridos. De inmediato, la
represión se generalizó. Ya no fueron sólo los estudiantes objetivos de
pesquisas del gobierno, sino maestros y directivas de la Universidad,
responsables de las ideas que movían a los a los estudiantes.
Sin embargo, aun con
la represión generalizada bajo el estado de sitio, las movilizaciones
estudiantiles durante la dictadura de Rojas Pinilla fueron pan de cada día, y
se puede decir que su intensificación en mayo de 1957, coadyuvarían en la
claudicación del dictador.
Desde entonces, y
hasta la primera década del siglo XXI, las apariciones del movimiento
estudiantil han sido esporádicas y en eventuales coyunturas políticas y
sociales. Se advierte que no son los mismos grupos quienes componen las
marchas, sino que éstos, años tras año, se van renovando. A lo sumo, los integrantes
de las marchas vendrían a ser parte de éstas durante cuatro o cinco años, el
tiempo que duraría el periodo de estudio de una carrera determinada, y que al
cabo de la culminación de ésta, los jóvenes se alejarían para ser sustituidos
por otros. De ahí entonces que se hable del carácter cíclico del movimiento
estudiantil, y en ello, de la ausencia de experiencia como menguante de fuerza
en los nuevos grupos. Su fracaso radicaría precisamente en esto, en la falta de
un acumulado de experiencia, en razón de que ésta año tras año terminaría
disolviéndose.
Matanza de estudiantes, Bogotá, 1954
La década
de los sesenta se caracterizó por una relativa ausencia de las marchas que
caracterizaron la dictadura de Rojas. Se da, en cambio, una especie de
reorganización desde el punto de vista político, y los estudiantes recurren a
otra herramienta nueva, la huelga. Esta forma de protesta encontró solidaridad
en los sectores populares, como ocurriría en Bucaramanga hacia 1964. Al mismo
tiempo, en la Universidad Pedagógica Nacional, en Bogotá, los reclamos por el
ingreso de estudiantes hombres a la Universidad, además de las exigencias
frente a la calidad de la educación, motivaría a los estudiantes para que entraran
en huelga y presionaran por el cumplimiento de sus demandas.
Manifestación estudiantil contra Rojas, 1957
Sin
embargo, durante los años setenta y ochenta, los movimientos estudiantiles,
frente a las reformas lesivas del gobierno, asumirían un papel más radical.
Había vientos de euforia, como la reciente memoria del Mayo francés, en el que
Colombia había participado de manera pasiva. La reforma constitucional de 1968
en el gobierno de Lleras Restrepo, había llevado implícito un decreto que
apuntaba a la reforma de las instituciones educativas. Aun cuando Lleras
Restrepo había hecho un recorrido por varias universidades del país durante
1969 hablando de las bondades de la reforma, la crisis habría de estallar hasta
1971, en Cali, cuando los estudiantes protestaban por la autonomía
universitaria, resquebrajada por la reforma de 1968. Durante esta
manifestación, fueron asesinados siete estudiantes y resultaron heridas
numerosas personas. Este crimen daría lugar para que a la protesta se sumara la
mayoría de universidades, incluso algunas privadas. En Bogotá, las
manifestaciones se tornaron violentas, hasta el extremo de que el Ejército se
tomó la Universidad Pedagógica Nacional.
Movimiento estudiantil, 1971
El Movimiento estudiantil 4 de marzo, que
surgiría de estas acciones, gestó desde entonces el inconformismo contra
establecimiento, mediante mítines, manifestaciones y pedreas. Se puede decir
que el movimiento estudiantil de este periodo ha sido uno de los más radicales,
mientras la represión de las fuerzas armadas se hacía igualmente intensa.
A finales de la
década de los setenta, la promulgación del estatuto de seguridad en el gobierno
de Turbay Ayala, sería el detonante para que la protesta estudiantil volviera a
las calles. Las reformas que introdujo este gobierno en el campo de la educación
superior, amparadas en el estatuto de seguridad, motivaron la constante
protesta y movilización de los estudiantes. Fue este periodo uno de los más
nefastos en la historia de Colombia, donde la tortura, la cárcel y la represión
estuvieron a la orden del día.
Sin embargo, estas
dos jornadas de protesta, la de los años setenta y la de los años ochenta, se
convertirían en los estribos en los que habría de apoyarse el movimiento
estudiantil en los inicios de la segunda década del siglo XXI en Colombia.
La Mesa Amplia Nacional Estudiantil, MANE
La
reforma a la ley 30 de 1992, con la que inauguró el gobierno de Juan Manuel
Santos sus relaciones con los estudiantes colombianos a mediados de 2011,
generó de manera paulatina un levantamiento de estudiantes cuyos precedentes se
hallan en los movimientos estudiantiles de los años setenta y ochenta. Mucho se
ha dicho en Colombia sobre los movimientos estudiantiles, incluso, por su
naturaleza cíclica, se ha hablado de su inexistencia y de allí, los brotes
esporádicos de inconformismo social, son sólo eso, grupitos de jóvenes imbuidos
por la nostalgia, pero ajenos en la experiencia de sus verdaderos objetivos.
Integrantes del MANE, 2011
Con
tales antecedentes, los críticos sociales, políticos y dirigentes de gremios;
es decir, quienes aducen toda suerte de remedios a la caótica realidad social
colombiana como quien ve al torero y toro desde la barrera, advirtieron de la
presencia del movimiento estudiantil, adujeron su aparición espontánea y se
atrevieron a darle unas cuantas semanas de vida: por su naturaleza cíclica, la
ausencia de experiencia y el temor a la represión, la protesta estudiantil, que
es eso, nada más, se esfumará con la misma parsimonia con la que apareció. En
otras palabras, decían, el movimiento estudiantil no existe.
Sin
embargo, demasiado temprano advirtieron que la sociedad está rompiendo los
moldes con la que la han prefigurado: una sociedad pasiva que asume los males
remediables como si fueran cosas del destino. Así, la Mesa Amplia Nacional Estudiantil,
MANE, que venía gestándose desde 2008 en la idea de agrupar a varias
universidades del país, ante la aparición de la reforma educativa con la que el
gobierno pretendía “mejorar la calidad educativa”, pero y sobre todo, “ampliar
la cobertura” para brindarle a todos los colombianos la posibilidad de acceder
a la educación superior, dio la voz de alarma, pues la famosa reforma no era
más que simple retórica, anzuelo para cautivar a los más ingenuos, como
históricamente ha sido tratado el país. Aun así, los medios reproducían la
sorpresa de la dirigencia del país: la ministra de educación comentaba
preocupada que los estudiantes no habían leído la propuesta, en otras palabras,
sus acciones eran injustificadas, y no habían leído la propuesta precisamente
porque no sabían leer.
Sin
embargo, lo que no explicó la ministra, era que los estudiantes perfectamente
habían leído entre líneas lo que para todos aparecía vedado: la creación de universidades con ánimo de lucro; el ofrecimiento de
créditos, con pagos pactados a futuro, pero con la posibilidad de cobros
coercitivos; la generación de “autonomía” económica en las universidades; es
decir, que las universidades dispusieran de la posibilidad de buscar recursos
económicos (que no es otra cosa que excluirla de los recursos del Estado y
propiciar su privatización), entre otras.
“Poder
popular”
Afiche en contra de la
represión, mayo de 1968
Frente a estas maravillosas
medidas, los estudiantes se organizaron: establecieron una mesa de articulación nacional, una mesa de movilizaciones y una
mesa programática, y decidieron dar la pelea, exigiendo, para empezar, el
retiro inmediato de la reforma de los artículos nocivos, y en su lugar, la
consideración de la educación como derecho fundamental, y en ello, la autonomía
universitaria sin interferencia externa, la financiación estatal de la
educación y calidad del servicio, garantías de bienestar estudiantil y
“libertades democráticas”; es decir, las demandas que consagra la Constitución
de 1991, pero que en la cultura política colombiana sólo están en el papel, y
ahí están bien.
Estas acciones no fueron espontáneas ni obedecieron caprichosamente a
ideologías ajenas a la realidad de la
sociedad colombiana, sino que se fundamentaron como respuesta a las medidas
represivas que los gobiernos neoliberales imponen en beneficio de grupos
económicos o de la presión internacional. De ahí entonces que el acumulado de
experiencia legado por los movimientos estudiantiles de los años setenta y
ochenta se haya advertido en la persistencia de la lucha frente a la represión
violenta del Estado, en la resistencia frente a las exigencias y a no cejar
frente a las promesas —recordemos que un día antes de la gran marcha en Bogotá,
el presidente Santos prometió retirar de inmediato el proyecto de reforma, si
los estudiantes no marchaban y regresaban a clase; en respuesta, los
estudiantes marcharon: las promesas no tienen validez sino en la práctica—,
pero lo que es más, los estudiantes en 2011, demostraron que no estaban
equivocados frente a la maraña de propaganda negra que los medios de
comunicación se encargaron de difundir: demostraron mediante el estudio
juicioso del proyecto de reforma, los males que acarrearía, y que esto sería el
toque final al sistema de exclusión social que ha imperado en Colombia como
parte de la normalidad.
La reforma educativa en estado de hibernación
Leyendo las últimas
palabras de la novela de Albert Camus, La
peste, en la que se nos recuerda que mientras el doctor Rieux oía los
gritos de alegría de la ciudad que se había librado de la peste, no dejaba de
alarmarlo la verdadera verdad que se escondía detrás de tanto entusiasmo, viene
a colación la exaltación que se produjo después de que las protestas
estudiantiles hubieran forzado el retiro de la reforma a la Ley 30, y del
silencio que ahora se abre como un enorme paréntesis: ¿qué va a pasar después?
Aunque todo el mundo pareciera saberlo, nadie quiere echar a pique el fervor de
la batalla ganada.
“Sé joven y calla”, cartel
aludiendo la represión del Estado, París, mayo de 1968
Efectivamente, sí. Las
marchas estudiantiles, después de un mes de intensas protestas en contra de la
reforma educativa, parecen haber amainado en razón de las promesa del gobierno
de retirar el vergonzoso proyecto. El día anterior a la gran marcha del diez de
noviembre, el presidente de la república declaró que pediría el retiro del
proyecto, siempre y cuando los estudiantes se abstuvieran de marchar y
regresaran a clases. No estaba bien visto que ahora que Colombia había acabado
de aprobar el TLC con los Estados Unidos y que el presidente se dispusiera a
realizar una gira por varios países, los temas de protestas estudiantiles y de
inconformidad popular se ventilaran en el extranjero. Eso nunca. Este es un
país democrático: la democracia más antigua de la América Latina, por si hay
dudas. Aun así, los estudiantes marcharon y dieron ejemplo de no conformarse
con las promesas.
Para asegurarse de
que hablaban en serio, los líderes de las protestas estudiantiles requirieron
reunirse con algunos miembros del Congreso para concretar el retiro definitivo
del Proyecto de Ley 112, y gestionar así el regreso de los estudiantes a las
aulas de clases, como en efecto se hizo. Y las cosas parecieron volver al
antiguo y juicioso cause de la compostura y moderación de un país donde la
realidad es algo que transcurre al margen del desconcierto.
De manera que, una
semana después, todo parece haber retornado a la normalidad. Nadie parece
acordarse de los agitados días de octubre y noviembre de 2011, en los que el
lento flujo del transporte en Bogotá y de las principales ciudades del país,
parecía haberse detenido por completo, ni nadie, absolutamente nadie, parece
acordarse de las motivaciones que tuvo el gobierno para elaborar lo que para
los estudiantes es un esperpento que conlleva el empobrecimiento de la
educación superior en la misma medida en que la hace exclusiva de quien pueda
pagarla, mientras para la gran mayoría de colombianos, que admiten como sagrada
la verdad de las declaraciones del gobierno por la televisión, los estudiantes
no sólo no saben de qué están hablando ni tienen idea de por qué marchan, a lo
sumo es una excusa para no asistir a clases. Aún más: nadie quiere volver a
saber de marchas ni de que tales eventos vuelvan a suceder. Al fin y al cabo el
gobierno retiró el proyecto, y este aire de calma que se respira puede ser
permanente, aun cuando en declaraciones que parecieran lejanas había dicho que,
de todos modos, cuando las cosas se hubieran apaciguado, presentaría de nuevo
el proyecto.
Aun así, en la
prensa la pregunta es latente: “¿y ahora qué va a pasar?”. Se augura posible
negociación y aun incluso de que el gobierno archivará el proyecto y que de
éste nadie volverá a hablar, si acaso para mencionar de la “victoria” de los
estudiantes; pero se deja de lado, como si fuera intocable, la verdad que el
gobierno tiene y mastica sin atreverse a expeler, ahora que las cosas respiran
cierto sosiego, y de la cual los líderes estudiantiles, con la suficiente
distancia, sospechándola, declaran que no confían en éste. Razones tienen, aunque
nadie, en estos tiempos de triunfo, se atreva a mencionarlas.
No es casual que el
desmonte del presupuesto para la educación se haya acelerado desde la pasada
administración. Cuando Uribe llegó al poder, encontró un presupuesto que asignaba el 0,50% del
PIB a las universidades, pero en 2011, un año después de dejar el poder, el
presupuesto se había reducido al 0,38% del producto interno bruto. Además de
ello, resulta paradójico que con el presupuesto en franca caída, el gobierno
exigiera a las administraciones universitarias que ampliaran cupos y abrieran
programas de doctorado. Más absurdo resulta que el 6,5% del PIB, diecisiete veces superior
al gasto en universidades públicas, se haya destinado al gasto en seguridad y
sueldos de retiro de los militares.
Y
no es casual, decimos, porque, aun cuando desde hace casi diez años se comenzó
el gradual desmonte de las universidades públicas mediante la reducción del
presupuesto, lo que con rica retórica se establece en el proyecto de reforma no
es más que la continuidad del proceso iniciado en el gobierno de Uribe: el de
la eliminación sistemática de la educación pública universitaria. En otras palabras, dar trámite
a lo que con letra menuda se demanda en los catecismos neoliberales en cuestión
de educación: que “la escuela es una empresa, los rectores son
administradores, los profesores son formadores de capital humano, los
estudiantes son usuarios y los padres de familia son clientes”, a la vez que se
exalta la noción gerencial de calidad como resultado de la lógica
costo-beneficio. Esto es, que siendo la educación un servicio, no un derecho,
quienes quieran acceder a él, deben pagarlo.
¿Y ahora que va a
pasar?, es la pregunta de los medios de comunicación. El proyecto de ley ha
sido retirado, pero no archivado, lo cual quiere decir que volverá a la luz,
con un lenguaje más intrincado, más depurado, diciendo lo contrario de lo que
todo el mundo parece entender, y que se dará continuidad a lo que ya es
costumbre en la democracia colombiana, la más antigua del continente, que una de sus caras, la de la exclusión de
la gran mayoría de la sociedad, oculta bajo el manto del proyecto de reforma,
emerja nuevamente de entre las sombras.
Así, pues, las palabras de
Camus, al final de la novela, son suficientemente claras. Y como Rieux, debemos
saber lo que “la muchedumbre dichosa” ignora en el fragor de la fiesta: “que el
bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante
decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las
alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que
puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres,
despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.”
Bibliografía
mínima
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Barcelona, 1985
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en Revista Colombiana de Educación, #
40-41, UPN, CIUP, Bogotá, 2008
Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional,
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Restrepo Jorge, La generación rota. Contracultura y
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Vega Cantor, Renán, Gente muy rebelde. Mujeres, artesanos y
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