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miércoles, 10 de abril de 2013

Las vicisitudes del movimiento estudiantil en Colombia De la matanza de estudiantes de 1954 a las acciones del MANE, en 2011


Las vicisitudes del movimiento estudiantil en Colombia. De la matanza de estudiantes de 1954 a las acciones del MANE, en 2011


                                                                                 Por Efrén Mesa Montaña  




Debajo de las clases populares conservadoras
está el sustrato de los parias y de los “uotsiders”, las otras razas, los otros colores, las clases explotadas y perseguidas, los obreros en paro y los que ya no pueden encontrar un empleo. Todos ellos se sitúan fuera del proceso democrático; su vida expresa la necesidad más inmediata y más real de poner fin a condiciones e instituciones intolerables. Así, su oposición es revolucionaria, aunque su conciencia no lo sea…

Herbert Marcuse, El hombre unidimensional


La violencia humana siempre ha sido un sistema de defensa-ataque de un grupo
 contra otro. Ocurre cuando hay discrepancia entre esos grupos sociales. 
¿...cómo se cura? En el caso humano es fácil de corregir: 
se corrige con una cosa que se llama educación.

Rodolfo Llinás





“Sin título”, boceto de Juan Genovés

Las ideas de Jean Paul Sartre influyeron decididamente en las revueltas estudiantiles de mayo del 68: “La doctrina que yo les presento es justamente lo opuesto al quietismo, porque declara: sólo hay realidad en la acción; y va más lejos todavía, porque agrega: el hombre no es nada más que su proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es por  lo tanto más que el conjunto de sus actos, nada más que su vida”. 



Jean Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo






Una presentación


Nos proponemos mostrar en las líneas siguientes algunos de los incidentes por los que ha atravesado el movimiento estudiantil colombiano, particularmente en la coyuntura de la dictadura de Rojas Pinilla, y de cómo, desde sus orígenes, se ha mantenido al margen de la realidad social y política del país, en apariencia. En la misma dirección, intentaremos adentrarnos en los eventos generados por el movimiento estudiantil de reciente emergencia, en 2011, particularmente los desconciertos que sembró frente a las ambigüedades y desconfianzas de quienes han considerado la protesta estudiantil como banal, sin dirección y sin resultados.


En efecto, los movimientos estudiantiles, en Colombia y el mundo, aparecen de manera espontánea, realizan acciones y luego desaparecen. Esta forma de actuar ha sido suficiente para que estudiosos de todo orden aventuren hipótesis, que parecen confirmar cuando los movimientos estudiantiles frente a sus demandas se hunden en el fracaso.


En todo caso, los movimientos estudiantiles en el mundo no siempre persiguen los mismos objetivos ni en todo el mundo son tolerados o reprimidos por las fuerzas policiales. Además de ello, la ideología difiere de manera profunda de uno a otro movimiento. Durante el Mayo del 68, por ejemplo, mientras el movimiento francés, influido por el marxismo, de manera radical apuntaba hacia un cambio total en las esferas intelectual y material, así como en las instituciones y en las relaciones sociales, los movimientos norteamericanos tenían una tendencia más conservadora.



A su vez, en países con gran desarrollo industrial y tecnológico, como Japón, la protesta juvenil y los movimientos de estudiantes, se dirigen hacia la dignificación de la vida a partir de la degradación humana que conlleva el exceso de trabajo, así como la defensa del medio ambiente. Así, la revolución no surgiría entonces, de la protesta contra la miseria y las privaciones, sino de la necesidad de humanización de la vida y por la degradación de las fuerzas productivas.   



Estudiante lanzando piedra contra un tanque de la policía, en Bogotá, 1971

En los países subdesarrollados, las cosas son diferentes. El pregonado lema de “la imaginación al poder” se halla ajeno de las exigencias del devenir cotidiano. La experiencia ha confirmado que en el aún llamado Tercer Mundo, los movimientos estudiantiles son quizá más radicales y que, espoleados por la presión de los gobiernos, que responden a las exigencias del imperialismo —aunque esta palabra pareciera mandada a recoger—, protagonizan marchas y mítines, en los que no rara vez la violencia se hace presente. En otras palabras, los movimientos estudiantiles, como la protesta social en los países de nuestra región, se mueven en la esfera de la revolución que responde a la situación de pobreza, de marginación y de explotación; las demandas son por democracia efectiva, por la dignificación de la vida, y en ello tienen que ver las marchas en contra de la privatización de la educación, y es esto es lo que ocurre en Colombia.



Continuidad y discontinuidad del movimiento estudiantil

Frente a las eventuales frustraciones del movimiento estudiantil colombiano podemos aventurar aquí dos conjeturas en procura de advertir su fragmentación y discontinuidad. La primera tiene que ver con la ausencia de una democracia efectiva; es decir, que se evidencie en la experiencia, en la práctica. Resulta paradójico que Colombia, que pregona la democracia más antigua del continente sea, como dice Antonio García, el país de la América Latina donde menos se hallan vestigios de su experiencia. Esta carencia influye de manera decisiva en la limitación de las manifestaciones de protesta, en la expresión contundente de inconformidades, pues la respuesta es la represión. Hay entonces una especie de autocensura, y se hace preferible tolerar la injusticia con los dientes apretados. 



Esperando a los manifestantes, años setenta

La segunda tiene que ver con la discontinuidad que se genera en el mismo movimiento estudiantil, en virtud de que éste se presenta de manera cíclica; es decir, quienes realizan una jornada de protesta en una época, no son los mismos en la siguiente, sino personas “nuevas” que se inician en la protesta sin más recursos que los de la indignación espontánea. En otras palabras, la discontinuidad del movimiento estudiantil por su carácter cíclico, impide llevar a efecto el acumulado de experiencia, de conocimiento legado por anteriores partidarios.



Por otro lado y sumado a esto, la marginalidad de la protesta en sus demandas más apremiantes se advierte en los medios de comunicación. Por el contrario. Vemos cómo, lo que en principio es una exigencia frente a la negligencia o vulneración de derechos, en los medios se presenta como una arremetida de “antisociales”, de “desadaptados”, de “vándalos”, de gente sin oficio que atenta contra la propiedad y las buenas costumbres. Los medios, cuyo papel no es precisamente el de informar, performan la realidad, la tergiversan, le dan un sentido diferente, y las demandas iniciales y quienes las exigen, terminan siendo rechazados y marginados. No sería exagerado sugerir que, de alguna manera y a partir de lo anterior, el mayo del 68 en Colombia haya pasado si no de manera desapercibida, por lo menos sin demasiado entusiasmo.




De la matanza de estudiantes de 1954 y otros sinsabores
A finales de los agitados años veinte en Colombia, las manifestaciones de protesta contra el régimen de Abadía Méndez se hicieron notorias. En las innumerables jornadas de protesta, se cuestionaba la imperante corrupción en la municipalidad bogotana, el nepotismo rampante en la administración pública y el control político, económico y administrativo ejercido por “La Rosca”, un grupo de políticos, liberales y conservadores, que disponían de las instituciones del gobierno como si fuesen de su propiedad. A mediados de 1929, a las protestas sociales se sumaron los estudiantes, quienes abiertamente criticaron el carácter represivo del régimen conservador, denunciando a Carlos Cortés Vargas, quien se desempeñaba como Director de la Policía, y que apenas seis meses atrás había dado de qué hablar por la represión brutal con la que sometió a los trabajadores de las bananeras, dejando como saldo un número indeterminado de muertos.




Portada de El Espectador, 9 de junio de 1954



Así, el 7 de junio de 1929, después de una jornada de protesta, el estudiante de derecho, Gonzalo Bravo Páez se dirigía a su casa en compañía de algunos amigos, cuando, sin que mediara razón, la guardia presidencial disparó contra el joven. Al día siguiente, durante el sepelio, las voces de protesta contra régimen de gobierno se hicieron intensas, y desde entonces, teniendo en cuenta que Bravo Páez fue el primer mártir de los estudiantes, el 8 de junio se convertiría en la efeméride clásica de los estudiantes.





Estudiantes caídos el 9 de junio de 1954, Bogotá


 En esta fecha, veinticinco años después, mientras los estudiantes realizaban una jornada cultural en la Universidad Nacional, en inmediaciones de ésta fue asesinado por el Ejército, el estudiante Uriel Gutiérrez Restrepo. Al día siguiente, 9 de junio de 1954, los estudiantes se volcaron a las calles protestando por lo sucedido. Si bien era cierto, las relaciones de los estudiantes con el régimen dictatorial de Rojas Pinilla desde un año atrás no habían sido las mejores, y lo sucedido el día anterior acababa por confirmarlo. Así, durante la manifestación, que se hacía álgida reclamando por los hechos al gobierno, en pleno centro de Bogotá, en la carrera séptima con calle trece, el Ejército disparó contra el grupo de estudiantes, dejando 13 muertos y 40 heridos. De inmediato, la represión se generalizó. Ya no fueron sólo los estudiantes objetivos de pesquisas del gobierno, sino maestros y directivas de la Universidad, responsables de las ideas que movían a los a los estudiantes.



Sin embargo, aun con la represión generalizada bajo el estado de sitio, las movilizaciones estudiantiles durante la dictadura de Rojas Pinilla fueron pan de cada día, y se puede decir que su intensificación en mayo de 1957, coadyuvarían en la claudicación del dictador.


Desde entonces, y hasta la primera década del siglo XXI, las apariciones del movimiento estudiantil han sido esporádicas y en eventuales coyunturas políticas y sociales. Se advierte que no son los mismos grupos quienes componen las marchas, sino que éstos, años tras año, se van renovando. A lo sumo, los integrantes de las marchas vendrían a ser parte de éstas durante cuatro o cinco años, el tiempo que duraría el periodo de estudio de una carrera determinada, y que al cabo de la culminación de ésta, los jóvenes se alejarían para ser sustituidos por otros. De ahí entonces que se hable del carácter cíclico del movimiento estudiantil, y en ello, de la ausencia de experiencia como menguante de fuerza en los nuevos grupos. Su fracaso radicaría precisamente en esto, en la falta de un acumulado de experiencia, en razón de que ésta año tras año terminaría disolviéndose.







Matanza de estudiantes, Bogotá, 1954



La década de los sesenta se caracterizó por una relativa ausencia de las marchas que caracterizaron la dictadura de Rojas. Se da, en cambio, una especie de reorganización desde el punto de vista político, y los estudiantes recurren a otra herramienta nueva, la huelga. Esta forma de protesta encontró solidaridad en los sectores populares, como ocurriría en Bucaramanga hacia 1964. Al mismo tiempo, en la Universidad Pedagógica Nacional, en Bogotá, los reclamos por el ingreso de estudiantes hombres a la Universidad, además de las exigencias frente a la calidad de la educación, motivaría a los estudiantes para que entraran en huelga y presionaran por el cumplimiento de sus demandas.






Manifestación estudiantil contra Rojas, 1957

Sin embargo, durante los años setenta y ochenta, los movimientos estudiantiles, frente a las reformas lesivas del gobierno, asumirían un papel más radical. Había vientos de euforia, como la reciente memoria del Mayo francés, en el que Colombia había participado de manera pasiva. La reforma constitucional de 1968 en el gobierno de Lleras Restrepo, había llevado implícito un decreto que apuntaba a la reforma de las instituciones educativas. Aun cuando Lleras Restrepo había hecho un recorrido por varias universidades del país durante 1969 hablando de las bondades de la reforma, la crisis habría de estallar hasta 1971, en Cali, cuando los estudiantes protestaban por la autonomía universitaria, resquebrajada por la reforma de 1968. Durante esta manifestación, fueron asesinados siete estudiantes y resultaron heridas numerosas personas. Este crimen daría lugar para que a la protesta se sumara la mayoría de universidades, incluso algunas privadas. En Bogotá, las manifestaciones se tornaron violentas, hasta el extremo de que el Ejército se tomó la Universidad Pedagógica Nacional. 


Movimiento estudiantil, 1971

El Movimiento estudiantil 4 de marzo, que surgiría de estas acciones, gestó desde entonces el inconformismo contra establecimiento, mediante mítines, manifestaciones y pedreas. Se puede decir que el movimiento estudiantil de este periodo ha sido uno de los más radicales, mientras la represión de las fuerzas armadas se hacía igualmente intensa.

A finales de la década de los setenta, la promulgación del estatuto de seguridad en el gobierno de Turbay Ayala, sería el detonante para que la protesta estudiantil volviera a las calles. Las reformas que introdujo este gobierno en el campo de la educación superior, amparadas en el estatuto de seguridad, motivaron la constante protesta y movilización de los estudiantes. Fue este periodo uno de los más nefastos en la historia de Colombia, donde la tortura, la cárcel y la represión estuvieron a la orden del día.

Sin embargo, estas dos jornadas de protesta, la de los años setenta y la de los años ochenta, se convertirían en los estribos en los que habría de apoyarse el movimiento estudiantil en los inicios de la segunda década del siglo XXI en Colombia.

La Mesa Amplia Nacional Estudiantil, MANE
La reforma a la ley 30 de 1992, con la que inauguró el gobierno de Juan Manuel Santos sus relaciones con los estudiantes colombianos a mediados de 2011, generó de manera paulatina un levantamiento de estudiantes cuyos precedentes se hallan en los movimientos estudiantiles de los años setenta y ochenta. Mucho se ha dicho en Colombia sobre los movimientos estudiantiles, incluso, por su naturaleza cíclica, se ha hablado de su inexistencia y de allí, los brotes esporádicos de inconformismo social, son sólo eso, grupitos de jóvenes imbuidos por la nostalgia, pero ajenos en la experiencia de sus verdaderos objetivos.

Integrantes del MANE, 2011

Con tales antecedentes, los críticos sociales, políticos y dirigentes de gremios; es decir, quienes aducen toda suerte de remedios a la caótica realidad social colombiana como quien ve al torero y toro desde la barrera, advirtieron de la presencia del movimiento estudiantil, adujeron su aparición espontánea y se atrevieron a darle unas cuantas semanas de vida: por su naturaleza cíclica, la ausencia de experiencia y el temor a la represión, la protesta estudiantil, que es eso, nada más, se esfumará con la misma parsimonia con la que apareció. En otras palabras, decían, el movimiento estudiantil no existe.

Sin embargo, demasiado temprano advirtieron que la sociedad está rompiendo los moldes con la que la han prefigurado: una sociedad pasiva que asume los males remediables como si fueran cosas del destino. Así, la Mesa Amplia Nacional Estudiantil, MANE, que venía gestándose desde 2008 en la idea de agrupar a varias universidades del país, ante la aparición de la reforma educativa con la que el gobierno pretendía “mejorar la calidad educativa”, pero y sobre todo, “ampliar la cobertura” para brindarle a todos los colombianos la posibilidad de acceder a la educación superior, dio la voz de alarma, pues la famosa reforma no era más que simple retórica, anzuelo para cautivar a los más ingenuos, como históricamente ha sido tratado el país. Aun así, los medios reproducían la sorpresa de la dirigencia del país: la ministra de educación comentaba preocupada que los estudiantes no habían leído la propuesta, en otras palabras, sus acciones eran injustificadas, y no habían leído la propuesta precisamente porque no sabían leer.

Sin embargo, lo que no explicó la ministra, era que los estudiantes perfectamente habían leído entre líneas lo que para todos aparecía vedado: la creación de universidades con ánimo de lucro; el ofrecimiento de créditos, con pagos pactados a futuro, pero con la posibilidad de cobros coercitivos; la generación de “autonomía” económica en las universidades; es decir, que las universidades dispusieran de la posibilidad de buscar recursos económicos (que no es otra cosa que excluirla de los recursos del Estado y propiciar su privatización), entre otras.


“Poder popular”
Afiche en contra de la represión, mayo de 1968


 Frente a estas maravillosas medidas, los estudiantes se organizaron: establecieron una mesa de articulación nacional, una mesa de movilizaciones y una mesa programática, y decidieron dar la pelea, exigiendo, para empezar, el retiro inmediato de la reforma de los artículos nocivos, y en su lugar, la consideración de la educación como derecho fundamental, y en ello, la autonomía universitaria sin interferencia externa, la financiación estatal de la educación y calidad del servicio, garantías de bienestar estudiantil y “libertades democráticas”; es decir, las demandas que consagra la Constitución de 1991, pero que en la cultura política colombiana sólo están en el papel, y ahí están bien.

Estas acciones no fueron espontáneas ni obedecieron caprichosamente a ideologías  ajenas a la realidad de la sociedad colombiana, sino que se fundamentaron como respuesta a las medidas represivas que los gobiernos neoliberales imponen en beneficio de grupos económicos o de la presión internacional. De ahí entonces que el acumulado de experiencia legado por los movimientos estudiantiles de los años setenta y ochenta se haya advertido en la persistencia de la lucha frente a la represión violenta del Estado, en la resistencia frente a las exigencias y a no cejar frente a las promesas —recordemos que un día antes de la gran marcha en Bogotá, el presidente Santos prometió retirar de inmediato el proyecto de reforma, si los estudiantes no marchaban y regresaban a clase; en respuesta, los estudiantes marcharon: las promesas no tienen validez sino en la práctica—, pero lo que es más, los estudiantes en 2011, demostraron que no estaban equivocados frente a la maraña de propaganda negra que los medios de comunicación se encargaron de difundir: demostraron mediante el estudio juicioso del proyecto de reforma, los males que acarrearía, y que esto sería el toque final al sistema de exclusión social que ha imperado en Colombia como parte de la normalidad.

La reforma educativa en estado de hibernación
Leyendo las últimas palabras de la novela de Albert Camus, La peste, en la que se nos recuerda que mientras el doctor Rieux oía los gritos de alegría de la ciudad que se había librado de la peste, no dejaba de alarmarlo la verdadera verdad que se escondía detrás de tanto entusiasmo, viene a colación la exaltación que se produjo después de que las protestas estudiantiles hubieran forzado el retiro de la reforma a la Ley 30, y del silencio que ahora se abre como un enorme paréntesis: ¿qué va a pasar después? Aunque todo el mundo pareciera saberlo, nadie quiere echar a pique el fervor de la batalla ganada.

“Sé joven y calla”, cartel aludiendo la represión del Estado, París, mayo de 1968


Efectivamente, sí. Las marchas estudiantiles, después de un mes de intensas protestas en contra de la reforma educativa, parecen haber amainado en razón de las promesa del gobierno de retirar el vergonzoso proyecto. El día anterior a la gran marcha del diez de noviembre, el presidente de la república declaró que pediría el retiro del proyecto, siempre y cuando los estudiantes se abstuvieran de marchar y regresaran a clases. No estaba bien visto que ahora que Colombia había acabado de aprobar el TLC con los Estados Unidos y que el presidente se dispusiera a realizar una gira por varios países, los temas de protestas estudiantiles y de inconformidad popular se ventilaran en el extranjero. Eso nunca. Este es un país democrático: la democracia más antigua de la América Latina, por si hay dudas. Aun así, los estudiantes marcharon y dieron ejemplo de no conformarse con las promesas.

Para asegurarse de que hablaban en serio, los líderes de las protestas estudiantiles requirieron reunirse con algunos miembros del Congreso para concretar el retiro definitivo del Proyecto de Ley 112, y gestionar así el regreso de los estudiantes a las aulas de clases, como en efecto se hizo. Y las cosas parecieron volver al antiguo y juicioso cause de la compostura y moderación de un país donde la realidad es algo que transcurre al margen del desconcierto.

De manera que, una semana después, todo parece haber retornado a la normalidad. Nadie parece acordarse de los agitados días de octubre y noviembre de 2011, en los que el lento flujo del transporte en Bogotá y de las principales ciudades del país, parecía haberse detenido por completo, ni nadie, absolutamente nadie, parece acordarse de las motivaciones que tuvo el gobierno para elaborar lo que para los estudiantes es un esperpento que conlleva el empobrecimiento de la educación superior en la misma medida en que la hace exclusiva de quien pueda pagarla, mientras para la gran mayoría de colombianos, que admiten como sagrada la verdad de las declaraciones del gobierno por la televisión, los estudiantes no sólo no saben de qué están hablando ni tienen idea de por qué marchan, a lo sumo es una excusa para no asistir a clases. Aún más: nadie quiere volver a saber de marchas ni de que tales eventos vuelvan a suceder. Al fin y al cabo el gobierno retiró el proyecto, y este aire de calma que se respira puede ser permanente, aun cuando en declaraciones que parecieran lejanas había dicho que, de todos modos, cuando las cosas se hubieran apaciguado, presentaría de nuevo el proyecto.

Aun así, en la prensa la pregunta es latente: “¿y ahora qué va a pasar?”. Se augura posible negociación y aun incluso de que el gobierno archivará el proyecto y que de éste nadie volverá a hablar, si acaso para mencionar de la “victoria” de los estudiantes; pero se deja de lado, como si fuera intocable, la verdad que el gobierno tiene y mastica sin atreverse a expeler, ahora que las cosas respiran cierto sosiego, y de la cual los líderes estudiantiles, con la suficiente distancia, sospechándola, declaran que no confían en éste. Razones tienen, aunque nadie, en estos tiempos de triunfo, se atreva a mencionarlas.

No es casual que el desmonte del presupuesto para la educación se haya acelerado desde la pasada administración. Cuando Uribe llegó al poder, encontró un presupuesto que asignaba el 0,50% del PIB a las universidades, pero en 2011, un año después de dejar el poder, el presupuesto se había reducido al 0,38% del producto interno bruto. Además de ello, resulta paradójico que con el presupuesto en franca caída, el gobierno exigiera a las administraciones universitarias que ampliaran cupos y abrieran programas de doctorado. Más absurdo resulta que el 6,5% del PIB, diecisiete veces superior al gasto en universidades públicas, se haya destinado al gasto en seguridad y sueldos de retiro de los militares.

Y no es casual, decimos, porque, aun cuando desde hace casi diez años se comenzó el gradual desmonte de las universidades públicas mediante la reducción del presupuesto, lo que con rica retórica se establece en el proyecto de reforma no es más que la continuidad del proceso iniciado en el gobierno de Uribe: el de la eliminación sistemática de la educación pública universitaria. En otras palabras, dar trámite a lo que con letra menuda se demanda en los catecismos neoliberales en cuestión de educación: que “la escuela es una empresa, los rectores son administradores, los profesores son formadores de capital humano, los estudiantes son usuarios y los padres de familia son clientes”, a la vez que se exalta la noción gerencial de calidad como resultado de la lógica costo-beneficio. Esto es, que siendo la educación un servicio, no un derecho, quienes quieran acceder a él, deben pagarlo.

¿Y ahora que va a pasar?, es la pregunta de los medios de comunicación. El proyecto de ley ha sido retirado, pero no archivado, lo cual quiere decir que volverá a la luz, con un lenguaje más intrincado, más depurado, diciendo lo contrario de lo que todo el mundo parece entender, y que se dará continuidad a lo que ya es costumbre en la democracia colombiana, la más antigua del continente, que una de sus caras, la de la exclusión de la gran mayoría de la sociedad, oculta bajo el manto del proyecto de reforma, emerja nuevamente de entre las sombras.

Así, pues, las palabras de Camus, al final de la novela, son suficientemente claras. Y como Rieux, debemos saber lo que “la muchedumbre dichosa” ignora en el fragor de la fiesta: “que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.”

Bibliografía mínima
Aranguren, José Luis, Bajo el signo de la juventud, Salvat, Barcelona, 1985
Carandell. José Mª, La protesta juvenil, Salvat, Barcelona, 1974
Cifuentes, Alejandro, “Mayo del 68: ¡qué mes, qué año!”, en Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá, 1º de mayo de 1988
Camus, Albert, La peste, Ediciones Orbis, Barcelona, 1983
Jiménez, Absalón, “Medio siglo de presencia del movimiento estudiantil en la Universidad Pedagógica Nacional”, en Revista Colombiana de Educación, # 40-41, UPN, CIUP, Bogotá, 2008
Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Planeta-Agostini, Barcelona, 1993
Restrepo Jorge, La generación rota. Contracultura y revolución de posguerra, Espasa. Forum, Bogotá, 2002
Vega Cantor, Renán, Gente muy rebelde. Mujeres, artesanos y protestas cívicas, t. 3, Ediciones Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002









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