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sábado, 4 de octubre de 2014

Jóvenes, conflicto y memoria escolar, de Efrén Mesa Montaña y Ricardo Castaño Támara


Jóvenes, conflicto y memoria escolar


Publicado por la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, este libro compila tres trabajos cuyo propósito se centra en señalar los problemas de la educación colombiana, particularmente en Bogotá; problemas de permanente presencia, incrustados en la cotidianidad de los conflictos, las soluciones y la persistente reincidencia. En el primero, “Notas para una valoración de la violencia escolar”, se realiza un balance de los esfuerzos realizados en la comprensión y búsqueda de soluciones sobre el conflicto escolar como fenómeno, y se propone que, aun el conocimiento de las expresiones de violencia escolar y de las múltiples interpretaciones realizadas por los observatorios y los estudios, mientras persistan los niveles de marginamiento cultural, político y económico, sus incidencias en la escuela continuarán siendo reveladoras.

El siguiente trabajo, “Exclusión, pobreza y deserción escolar”, da cuenta de uno de los problemas mayores históricamente afrontado por la escuela: el de la deserción escolar. Se señala aquí, que, aun el conocimiento de los orígenes de la deserción escolar —ausencia de práctica de valores, inclusión social, reconocimiento de los derechos humanos, entre muchos otros—, la realidad se hace evidente en la insuficiencia de esa experiencia en la escuela, en virtud de la permanente reincidencia. Esto es que, siendo la deserción escolar una constate en la historia de la educación en Colombia, sus causas siguen siendo las mismas, y que obedecen a la exclusión social de tipo estructural en la cultura colombiana, en las que se hace evidente el desplazamiento de población, la pobreza, la marginalidad, el abuso, el maltrato y la intolerancia. En esta dirección, se reconocen los esfuerzos realizados por la SED y los maestros en la búsqueda de salidas efectivas, esencialmente, a partir del conocimiento de estas dificultades y de la promoción y experiencia de los derechos humanos. La sugerencia de su práctica se advierte como camino inequívoco.

Finalmente, “Historia oral y memoria escolar”, realiza un balance de la vida escolar desde la oralidad. Estudiantes y maestros afloran aquí con voz propia, matizando los pormenores cotidianos mediante la anécdota que surge como reemplazo del análisis, del estudio juicioso que caracterizara a los estudiantes de los años setentas y aun incluso los años noventa. De ahí que la ironía se hace manifiesta en estas historias, donde la voz del estudiante irradia como un eco el folletín de la noticia vacía de razonamiento, el pregón del comercial que vende; la crítica, en sí, no ausente de sarcasmo, de la invasión del medio estudiantil por el mundo posmoderno. 

jueves, 18 de septiembre de 2014

La historia local o los cimientos ignorados de la historia nacional, Efrén Mesa Montaña




La historia local o los cimientos ignorados de la historia nacional


Una aproximación a la obra del profesor Darío Betancourt Echeverry, Historia de Restrepo, Valle. De los conflictos agrarios a la fundación de pueblos. El problema de las historias locales, 1885-1990, Gobernación del Valle del Cauca, Cali, 1998, 490 pp.


Por: Efrén Mesa Montaña

Parece obvio aclararlo, pero nunca está demás:
cuando me refiero a las remotas voces que desde el pasado
nos ayudan a encontrar respuesta a los desafíos del
tiempo presente, no estoy proponiendo la reivindicación
de los ritos de sacrificio que ofrecen corazones humanos a los dioses...
En cambio, estoy celebrando el hecho de que América
pueda encontrar, en sus más antiguas fuentes, sus más jóvenes
energías: el pasado dice cosas que interesan al futuro.

Eduardo Galeano



 Fotografía de Gustavo Adolfo Mesa M.

No voy ha hacer un comentario a este trabajo, como habitualmente se hace cuando se trata de presentar una obra historiográfica. Me referiré, en cambio, al entorno en que se construyó, tocando aun brevemente sus contenidos para invitar con ello a su lectura.

La historia de Restrepo, Valle, se escribió durante la segunda mitad de 1994 y la primera de 1995. Darío había venido madurando el proyecto desde un año atrás, pues reconocía que, aun cuando su labor investigativa se había ocupado de la región del Valle del Cauca, encontraba profundos vacíos en la conformación económica y social regional, y era preciso dar cuenta de los procesos que conllevaron el desenvolvimiento de la sociedad actual, particularmente de la cordillera Occidental del valle, y específicamente de su tierra natal, Restrepo.

Si el tema estaba propuesto, convenía entonces la aplicación de una metodología que se ciñera a los presupuestos de la historia regional y que por ello diera cabida a los fundamentos teóricos que habían dado origen al proyecto, esto es, que desde finales del siglo pasado, la acumulación de capitales y el fortalecimiento de la burguesía comercial en los marcos del libre comercio, a partir de la exportación cafetera, permitieron la construción de un modelo de Estado centralista y autoritario, con imposición del centro sobre la periferia, que ignoró por completo a las regiones, las fracciones de clase desposeídas, las etnias y, por ende, un proyecto de identidad nacional. La crisis de este modelo se manifestó con la irrupción de nuevas fracciones de clase en los marcos del desarrollo de la economía cafetera, la colonización originada por los desplazamientos de población, resultado de las fratricidas guerras civiles con las que se despidió el siglo XIX y se inauguró el XX, los enclaves extranjeros y la incipiente manofactura.

Los cuarenta años de hegemonía conservadora apuntalaron un Estado maltrecho, desconectado del país, construido sólo para sostener en el poder una fracción de clase que gobernó en medio de complejas coaliciones y con escaso consenso. Al caer la hegemonía conservadora, el diluido modelo de Estado recibió desde sus inicios, con la república liberal, un intento de reforma y consolidación. Sin embargo, de la década del treinta al cincuenta, de los años cincuenta a los sesenta y aún hasta los tiempos actuales, el Estado ha mantenido constante la combinación de modernización con violencia, violencia y modernización como medida de control de los conflictos sociales.

Nada más evidencia un Estado débil, diluido, particularmente en las regiones, por la ausencia de idoneidad y en beneficio de los propios intereses de quienes por ello lo han construido a medias, ficticiamente. Al lado de esto, el surgimiento de pueblos y caceríos en la cordillera Occidental del Valle, se dio al margen de la intervención del Estado como resultado directo de la colonización y los núcleos de abastecimiento, y encuentro de la población colonizadora, cuya organización y progresos tuvieron origen en la superación de las necesidades de su propia gente.

Esto propone, precisamente, la indagación por la naturaleza del Estado, el cual tuvo visos de contrucción en el marco de la acumulación de capital, no propiamente con la manufactura o la producción industrial, sino con un producto exótico, como el café, que no generó una fuerte y temprana clase obrera, sino trabajadores y colonos que terminaron controlando la producción, pero no la comercialización, siendo al mismo tiempo presas del bipartidismo y la violencia generada por éste, y cuya expresión más fiel se encuentra en los conflictos agrarios.

En tal sentido, la violencia, hasta los años cincuenta, con breves intervalos de aparente calma, está ligada al conflicto agrario, aun cuando parece manifestarse como resultado de las luchas partidistas. A partir de allí, ésta podría entenderse como una violencia madre, que articula, direcciona y condiciona las posteriores violencias, aun incluso hasta la década del noventa, si se entienden como violencias acumuladas en tanto que la una implica y hereda elementos de las anteriores, tornándose, sin embargo, más complejas y con mayores contradicciones en juego. En otras palabras, las sucesivas violencias a lo largo del siglo son el resultado de conflictos no resueltos y que han transcurrido, modificando, fracturando y reconstruyendo localidades, regiones y departamentos, justamente donde el Estado no ha hecho presencia.

Con tales presupuestos, el modo de ver las raíces de un problema necesariamente exige al investigador la preocupación por abordar desde la práctica interdisciplinaria el objeto de estudio, tanto en el proceso de investigación como en el conocimiento de problemas que interesan en la búsqueda de salidas  eficaces y favorables a la realidad nacional.

En tal caso, la historia regional no es sólo una forma de acceder al conocimiento de objetos más próximos a la realidad, en este caso la del investigador y aun la población por la que se interesa el estudio, sino de profundizar las manifestaciones de un fenómeno en una determinada zona del país, para contrastar y ampliar las visiones generales con nuevos enfoques, expresiones y complejidades que maticen y enriquezcan la comprensión de los conflictos que hoy día sumen en la incertidumbre nuestra realidad. Así, la historia regional es, en el mejor de los casos, una parte que ilustra con detalle la totalidad de nuestro drama cotidiano.

La exigencia metodológica radicó en enfrentar los conceptos de región y regionalización y así mismo los fenómenos derivados de su concreción, pues con ello se daba paso a responder sobre los procesos mayores que tienen que ver con la participación e identidad nacional; es decir, con problemas de nuestro tiempo. En este caso, al estudiar la formación social colombiana, la idea de región se vincula básicamente a lo que los geógrafos han definido como región natural o región político administrativa, y en esto una regionalización que simplifica la complejidad de los espacios internos. Sin embargo, en el caso que compete al estudio, la primera no coincide con la segunda, aunque las barreras geográficas aparezcan como condicionantes de las decisiones del Estado.

La principal tarea de la historia regional, como disciplina, dados los requerimientos del estudio, consistió en superar los conceptos de región natural y político administrativa, y tratar de ofrecer alternativas mediante la construcción de espacios geohistóricos como la naturaleza de sus dimensiones socioculturales, llegando así a considerar la región como una categoría móvil, que se construye y reconstruye a lo largo del tiempo y cambia con el mismo; es decir, que se trata de una construcción social y cultural desarrollada por los hombres en una espacio y tiempo determinados, que se reduce o expande según las contradicciones económicas o sociales y se halla en permanente fricción con los departamentos y la nación.

Dentro de esta perspectiva, se establecen los ritmos de poblamiento, las transformaciones económicas y la configuración de hábitos y costumbres que han ido abordando las gentes en cuanto a su pertenencia de uno a otro territorio; es decir, lo que tiene que ver con su identidad. Así, región y regionalización como conceptos sólo pueden ser definidos en realidades concretas, referidas siempre a historias locales, provinciales, historias regionales y nacionales.

El propósito de Darío, con esta obra, parte precisamente de estos presupuestos. No se trata de un trabajo que pretenda desvertebrar la historia nacional para analizar incipientemente sus partes, pues considera que la historia regional y en ésta la historia local, se constituye antes que nada, como fundamento de la historia nacional en la medida que pone de manifiesto los vacíos en el conocimiento del conjunto de verdades que arman el rostro de Colombia, y donde la sociedad podrá ser reconocida en su diversidad espacial y temporal al ser analizadas y sopesadas sus partes. De ahí que, sin perder de vista que nuestra formación nacional es ante todo producto de una diversidad desigual y combinada, convenga en que tal diversidad requiere del estudio de sus matices, su identificación y construcción.

El problema de las historias locales, como así subtitula el trabajo, tiende a dilucidarse al considerar que fundamentalmente ésta constituye uno de los pilares básicos de una historia total. Así, la historia local es eslabón o parte de la historia regional; la historia regional es componente de la historia nacional, y ésta, a su vez, tiene vinculación con las estructuras internacionales que inyectan dinamismo o marginalidad al municipio o parroquia, objeto de estudio.

Se trata, pues, de una especie de inventario histórico, cuyo conocimiento de sus marcos geográficos, antropológicos, arqueológicos, económicos, políticos y sociales, se presenta como una contribución para salir del laberinto de las violencias que los cubren. Un desafío que necesariamente aflora en medio de las complejidades de un país cada vez más agresivo, dominado por clases políticas convencionales, sin capacidad para gobernar por sí solas el maltrecho mundo construido y abigarrado de tantas presencias indefinidas. La realidad actual, entonces, invade las conciencias invitando a buscar en los entornos inmediatos las raíces de las contradicciones y la identidad de un país sin proyecciones, pues si la identidad es precisión de un entorno, desconectado por su silencio del devenir de un país, la región constituye una fuente fundamental en la búsqueda de autoreconocimiento.

El problema de las historias locales, para Darío, enfrentó igualmente un complejo inconveniente que era necesario resolver. Sobre el municipio de Restrepo existen una cuantas monografías que intentan reconstruir la historia, aun cuando su trama se entreteje con la anécdota. De ahí que partiera de la base de que sin teoría, la fragmentación y trivialización del discurso histórico es una amenaza inmediata, pues no responde a nada, y considerara que el análisis de rituales y de la vida cotidiana pueblerina puede ampliar nuestra visión del pasado de una sociedad, pero sólo si está ligado a preguntas centrales que relacionen estas conductas con el sentido de una vida o una sociedad. De otra manera, se podría perder toda perspectiva global, el vínculo de unos problemas con otros y reemplazar la historia como cuestionamiento  del pasado y como pregunta, por una historia que valora sólo lo aislado y lo independiente y que no puede encontrar otros motivos diferentes de interés que la pasión por lo llamativo, lo sorprendente, lo anecdótico, lo pintoresco.

Sin perder de vista estos presupuestos, considera que el desarrollo de una historia regional tiene como base la fundamentación y conocimiento del pasado partiendo del presente para construir y dar respuestas a los avatares actuales y al porvenir.

Por esto, la necesidad de rescatar la historia local, la historia parroquial, en buena parte maltratada y condenada al ostracismo por la ingenuidad de quienes han creído poseer patrimonio divino de los privilegios temáticos. Esto implica, como bien en el trabajo de Darío se evidencia, un compromiso con lo terrígeno, con los mitos, con la ritualidad y la leyenda, para lo cual se vale de la historia oral, pues ésta se hace indispensable cuando las historias silenciosas, ocultas y subterráneas vinculadas a las clases analfabetas y a las clases pobres de los campos, no han dejado registro de su pasividad o sus abruptas irrupciones, convertidas en reclamos y protestas colectivas.

Bien es claro para el autor que tradiciones, leyendas, visiones y ambientes monótonos, de paz o de guerra, han sucumbido con la muerte de generaciones de gentes humildes; de ahí que los relatos orales que incorpora al trabajo y que en buena parte contribuyen a sustentar el material de archivo que utiliza, se remonten incluso hasta los tiempos en que llegaron los primeros pobladores del actual Restrepo. No lo invade con esto una actitud sentimental, sino la necesidad de rescatar la presencia histórica de los diseñadores principales de una de las caras de nuestra nación, y es que una de las virtudes del trabajo constituye el rescate de la propia voz, de haber podido construir objetos de saber a partir de allí, rompiendo con discursos amañados, llegados casi siempre del norte y alabados por las academias y los medios, encargados de mantener y prolongar aún más la confusión sobre nuestras propias realidades.

La historia regional y local que Darío nos ofrece, tiene como podrá advertirse, implicaciones sumamente serias y complejas como para reducirlas a un problema más de las ciencias sociales, en el sentido en que aborda el estudio de las especifidades de nuestra sociedad, y de hecho conlleva problemas de método que lo acercan con otras disciplinas, entre ellas, la geografía, la antropología, la arqueología, la economía, etc. La descripción del entorno, las transformciones del medio y aun la degradación ambiental que desde sus inicios se dio con la paulatina ocupación  y el desmonte de bosques para la roturación de tierras y apertura de potreros, ocupan buena parte del trabajo, y se aventura en la propuesta de soluciones.

Con todo, aunque el estudio establece una limitación que parte desde 1885 hasta la década del noventa, va mucho más atrás, remontándose a la época precolonial, deteniéndose en el análisis de los modos de vida de las primeras culturas que poblaron la cordillera Occidental. Para tal evento sus fuentes se basan tanto en crónicas, visitas de tierras y relatos de viajeros. Desde una pormenorizada descripción de las culturas indígenas que poblaron el actual departamento del Valle, sutilmente se va interesando en las que ocuparon el territorio en que se halla Restrepo, concluyendo que los asentamientos indígenas correspondieron a los yacos, distribuidos en las márgenes del río Calima. Uno de estos pueblos o comunidades indígenas, conocido entonces como Pacara, presumiblemente habitó el área del actual Restrepo, y estaba liderado por el cacique Bonba, quien hacia 1552 tributaba con sus 146 indios al encomendero Pedro López Patiño.

La profusión de cifras respecto al número de población y de la diversidad de culturas que ocuparon los valles internos de la cordillera Occidental en la región de estudio, es enorme, y permite apreciar los brutales cambios que se dieron con el desenfrenado avance de los sistemas de explotación española

La ocupación gradual del plan del Valle por los españoles, los repartos de tierras y de población en encomiendas, fueron diezmando paulatinamente las culturas indígenas, hasta dejar desoladas aun las laderas y rincones de la cordillera Occidental. Este territorio permaneció ajeno a la intervención del hombre hasta finales del siglo pasado, pues las tierras que brindaron interés de explotación económica con el desarrollo y consolidación de la hacienda fueron las que conformaron el valle geográfico del río Cauca, tiempo después, incluso, de que la hacienda comenzara a declinar.

A finales del siglo XIX los movimientos colonizadores de gran parte de la población colombiana desplazada por las guerras civiles, empezaron a ocupar gradualmente la cordillera Occidental del Valle. Estos enormes territorios serían el enclave de los sucesivos conflictos por la ocupación y posesión de la tierra, pues algunas de las haciendas de la margen occidental del río Cauca no sólo extendían sus límites hasta el pie de monte, sino que se prolongaban hasta el interior, rebasando incluso las divisorias del agua. Se trataba, sin embargo, de linderos ficticios, pues las tierras habían permanecido incultas y eran desconocidas por quienes alegaban su propiedad, y cuyo interés se había despertado por la valorización que pronto las tierras empezaron a cobrar con la producción cafetera. Los puntos de partida para la colonización y fundación de pueblos se había establecido con anterioridad con el desplazamiento de antioqueños hacia el sur, fundando poblaciones como Manizales, Armenia, Circacia y Montenegro. Estas fundaciones constituyeron el punto de partida para la posterior colonización del territorio de Restrepo desde 1885 y Darién, que continuó con Trujillo y otras poblaciones ya bien entrado el siglo XX.

Las migraciones hacia la cordillera occidental del Valle se hacen permanentes entre 1900 y 1940; esta ola migratoria emprendida por colonos antioqueños, caucanos, nariñenses, boyacenses y tolimenses, ha sido definida como colonización tardía. En el transcurso de este período, la ocupación de la zona montañosa estuvo siempre acompañada de conflictos agrarios, los cuales se fueron recrudeciendo por la escasés de tierras y el embate de las empresas parceladoras, como la Burila, que en la gran mayoría de los casos exhibía títulos de propiedad viciados sobre las parcelas de los campesinos, para pedirles que desocuparan o compraran la tierra que con su esfuerzo habían roturado; al amparo de políticos y funcionarios corruptos, estas empresas se expandieron frustrando las aspiraciones de los colonos, mediante las estafa o el desplazamiento. Al mismo tiempo, la presión sobre pequeños finqueros y colonos cafeteros por parte de hacendados y terratenientes de la zona plana, obligaba a muchos dee éstos a internarse aún más en busca de tierras o a resistir. La infinidad de pleitos que durante este período se producen, evidencia la crítica situación de los colonos, y manifiesta al mismo tiempo la concentración del poder económico y político en manos de los grandes propietarios, comerciantes y tempranos empresarios, ante la ausencia del Estado como regulador de los conflictos, pues no puede desconocerse que el repentino interés por los territorios de la cordillera va aparejado con los procesos de desarrollo agroindustrial del departamento del Valle en la primera década del siglo XX, y por el auge de los cultivos cafeteros, que valorizaron las tierras.

A la par de esto, las luchas partidistas disfrazaron hábilmente el conflicto agrario y constituyeron la esencia de las violencias que han azotado la región a lo largo del siglo. Muy pocos campesinos lograrían, mediante el cambio de filiación política, como el llamado "recalce", conservar sus propiedades.

Es, en medio del fragor de los conflictos que surge la población de Restrepo, cuyas tierras pertenecían a Julio Fernández Medina, un precario hacendado, movido más por el interés de ensanchar sus propiedades que por hacerlas productivas. Este, junto con Manuel Escobar Torres, dominaban la región; el primero dedicado a la incipiente producción agrícola con la caña panelera, principalmente, mientras el segundo daba prioridad a la ganadería. La ola de colonos paulatinamente empezó a ocupar las tierras de estos hombres que alegaban ser sus propietarios, aun acuando no poseían documentos que pudieran corroborarlo, Con el tiempo, ante la indetenible ocupación de éstas y aun terrenos fuera de sus linderos, no tuvieron más alternativa que aceptar la lenta e imparable colonización del territorio.

Sin embargo, previendo futuros dividendos, Fernández Medina, quien ya tenía experiencia como fundador, decidió donar un terreno para la fundación de un pueblo, justamente aquél que topográficamente ofrecía menos posibilidades de explotarlo en la agricultura o la ganadería. Tenía, aparte del desprendimiento y buenos propósitos con los que entregaba a los colonos las parcelas, como inmediato interés el que con la ocupación y desarrollo del caserío, sus tierras aledañas se valorizaran. La propuesta, que había sido acogida por los colonos vecinos, se matizaría con la cración del corregimiento de La culebrera, sujeto a Vijes, hasta 1924, cuando es erigido en cabecera municipal mediante la presión y la marcha sobre Cali, hasta lograr su autonomía.

En todo caso, los ambiciosos propósitos de su fundador, Julio Fernández Medina, no llegaron a concretarse, pues los terrenos que se había reservado para su posterior provecho pasaron pronto a manos de quienes se habían encargado de administrarlos y de quienes llegaban llamados por las noticias del reparto de parcelas, y habría de morir en condiciones de extrema pobreza. Suerte igual corrió Manuel Escobar Torres, pues debió abandonar la región debido a los pleitos y enfrentamientos que caracterizaron sus relaciones con los colonos, quienes, ante los reclamos de éste por la invasión de sus terrenos, le exigían la presentación de los títulos de propiedad.

En este marco de conflictos, resultado de un proceso sostenido de colonización dispersa, producto de la ocupación antioqueña, caldense y nariñense, inicialmente, sobre las dudosas posesiones de terratenientes caucanos, el municipio de Restrepo hinca sus raíces y se encauza salvaguardando el orden, sus costumbres, en las cuales aflora una profunda religiosidad que controla todas las vidas y que al mismo tiempo permite disentirla; un orden conservador que propone, enraizando prejuicios, mediar las relaciones entre los hombres y es por ello ajeno a sus acciones, contradicción abierta que muestra el espejo fragmentado de nuestra identidad, todavía en construcción, pero de la que poco a poco, con la reunión de sus partes y su diversidad a toda prueba, se irá fraguando la idea y la concreción de nacionalidad, tantas veces vejada en su proyecto por la fea propensión al olvido, cabos sueltos,  eternos conflictos sin resolver, de los que está saturada la historia del país, de la cual este libro es un valioso ejemplo.

Sin embargo, como el autor lo confiesa, estos hechos han trascendido como gestas heroicas, plenas de romanticismo, aquél que suscita la colonización y que desconoce plenamente la enormidad de sus orígenes, lo que es, para terminar, una invitación a su lectura, aquella que Darío, con el entusiasmo que siempre lo caracterizó por dilucidar la enmarañada red que compone nuestra historia, gustosamente hubiera comentado.



Ver más:
http://www.pedagogica.edu.co/storage/folios/articulos/folios11_16rese.pdf
https://es.scribd.com/doc/293190770/Mito-y-Realidad-en-La-Historia-de-Las-Violencias-Colombianas-by-Efren-Mesa-Montana
https://es.scribd.com/doc/293190992/La-Historia-Regional-Fundamento-de-La-Historia-Nacional-by-Efren-Mesa-Montana

viernes, 12 de septiembre de 2014

Un cálido beso en mi frente, de Antonio Mesa Sánchez. Edición y prólogo de Efrén Mesa Montaña


Un cálido beso en mi frente
y otros cuentos



Diez cuentos de Antonio Mesa Sánchez

Ilustraciones de
Camilo Andrés Parra Garzón

Ediciones Ántropos Ltda., Bogotá, 2011

Prólogo de
Efrén Mesa Montaña



Prólogo


… vivos están
los que en vida lucharon sin temor a la muerte.
Nada tienen que ver con esta orilla
del reino de tinieblas.

Rigoberto Paredes



La historia de este pequeño libro de cuentos parece sacada de la misma enardecida imaginación del autor. Un día, al seleccionar el material que se iría a reciclar, encontré hecho ovillo un grueso montón de papel. Temiendo lo que ya en otras ocasiones me ha pasado —que arroje a la basura material cuya pérdida después tenga que lamentar—, lo desdoblé, sintiendo cierto alivio al desconocer la caligrafía. Sin embargo, sin dejar de lado cierta curiosidad, leí algunos párrafos, hasta que decidí ya, esta vez, con cierto asombro e inquieta avidez, leer completamente el contenido de las páginas manuscritas, unas a lápiz, bosquejadas con bolígrafo otras —vaya, pensé, estas son las consecuencias de leer tempranamente a Poe—. Se trataba ni más ni menos que de los cuentos que componen este pequeño volumen, y que el autor, vaya uno a saber por qué motivos, había dispuesto arrojar a la basura. De esto hace ya cuatro años, cuando nuestro escritor apenas contaba catorce años de edad.

Desdoblé el material y procuré alisarlo, como para devolverle inmolada dignidad. Después, buscando cualquier excusa, le comenté a Antonio, que los cuentos no me parecían nada malos, que por el contrario, no dejaban de reflejar los intereses de los jóvenes de hoy en materia de literatura y que por eso valía la pena rescatarlos, y le propuse, de plano, que los digitara; es decir, que los pasara a limpio en la computadora. Un año después, la propuesta continuaba, sin ningún resultado. No creo que el trabajo no se hubiese efectuado por simple negligencia del autor, pues ni aún cuando le sugerí la posibilidad de hacerme cargo de la edición mostró el mínimo interés. Aun así, no desmayé y continué insistiendo.

La persistencia habría de arrojar sus frutos. Al cabo de un año, Antonio me entregó el material, digitado. Le recomendé, entonces, que lo revisara con esmero y realizara los cambios que considerara pertinentes; es decir, mirara con cuidado algunas cosas de las cuales más adelante no tuviera que arrepentirse. Me respondió, mirándome con asombro, como preguntándose qué motivos tendría un hombre para deplorar lo que conscientemente ha definido, lo que ha hecho y es fundamento de su experiencia. Con todo —a esta altura del tiempo considero que lo hizo no más que con el fin de cumplir un obligado protocolo—, se llevó los originales y me los devolvió al cabo de algunas semanas.

Para entonces, había comentado el asunto con el profesor Camilo Parra, que enseñaba literatura y cuya vocación alimentaba dibujando incesantemente sobre cualquier material que se le presentara a la mano. La idea consistía en que, como se trataba de cuentos cortos, en cuyas páginas la abundancia de imágenes rebosaba los linderos de la historia, se procurara ilustrar sacando de los relatos aquellos cuadros que se hacían evidentes en las palabras, para que les diera fuerza o mejor, completaran de manera pictórica lo que ya como un eco se quedaba en la memoria.

Creo, sin ninguna duda, que el profesor Camilo Parra, ha sabido a plenitud interpretar esa resonancia obsesiva. Las imágenes con las que ha vertido el mundo que habita cada uno de los relatos, no están ajenas de la experiencia y extraño efecto que transmite su lectura. Son, por el contrario, complemento y, si se quiere, su espejo, cuyo reflejo parece confirmar esa lejana y honda presencia que se desliza en cada palabra.

Al lado de ello, se ha pretendido que la publicación se mantenga ajena de los convencionalismos actuales que buscan en la publicación de textos la salida simple del libro por el libro; en otras palabras, su edición, publicidad y circulación como una mercancía más, pero lejos del cuidado que amerita toda obra que incida directamente en los procesos de conformación cultural; es decir, se ha procurado que su realización —edición y composición, no ya la compostura de los textos e imágenes— guarde un nexo con la tradición que busca dejar en un trabajo la sumatoria de experiencias.

Por ello, de alguna manera, imbuidos por los códices medievales y los primeros libros de Gutenberg, en los que proliferan las amplias márgenes, las letras capitales, los grabados e iluminaciones, en la edición del libro se ha intentado guardar un vínculo con ese pasado, no sólo como una rememoración y conciencia en una época en la que el libro enfrenta la peor de sus crisis —tanto por la ausencia de lectores como por la competencia de dispositivos electrónicos, que lo desplazan y marginan—, sino como un hilo conductor con la memoria y con los pasos que en el tiempo nos aguardan.

Esperamos que estas palabras estén lejos del deseo y efectivamente surtan el anhelo que aguijonea la conciencia en este tiempo en el que la memoria parece estar condenada a la proscripción y obligado olvido.

Aun con todo, persistentes en el tiempo, quebrantando dilaciones, no pudieron asistir a esta pequeña fiesta, nuestro querido primo y hermano, amigo fraterno, Nilson Alberto Montaña Cepeda, y nuestro querido tío, Adán Acevedo. Sin advertencias, la parca se nos adelantó. Estas palabras recorren el camino igualmente en su memoria.


Efrén Mesa Montaña
Aquitania, 22 de agosto de 2011

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