Siete cuentos que nos trasladan a los años cincuenta en Colombia, durante el periodo de la violencia. El desplazamiento, la connivencia entre clero y los gobiernos conservadores… el silencio y la ira de las víctimas, y que componen la brevedad de este volumen han sido escritos en diversos periodos de tiempo, así como en numerosos lugares ajenos a las historias que cuentan.
Uno de ellos, incluso, data de los años ochenta del siglo pasado, como otros que aguardan cierta conmiseración para que sean alguna vez conocidos. El más reciente no tiene más de quince años, pero se identifica con los demás porque todos mantienen una línea o rasgo que los hermana: voces, palabras, recuerdos de los muchos que ya no están porque en la presencia de este mundo se han diluido en el olvido.
Sin que nadie les reclame su ausencia ―porque esos nadie igualmente se han ido―, así son esas voces que se intentan revelar y rebelar en estos siete relatos, algunos que presumen de cuentos ―con un ligero tono cortasiano―, aunque tal vez lo sean sin que haya sido esa la intención, sino aquélla de narrar lo que muchas veces, se sabe, no debe permanecer en el silencio, que se convertiría en olvido, finalmente
Como alguna vez dijo Walter Benjamin, toda literatura no es más que experiencia, vivida o percibida por quien la escribe, y ese reflejo es precisamente el que se trasluce en las palabras que buscan contar los dolores que a veces nos atragantan sin que se puedan desahogar de otra manera.
En efecto, ya Edgar Allan Poe había recomendado escribir guiados por la razón, aun incluso en poesía, pero aquí se insinúa una evasión donde la indignación se salta toda prudencia e increpa, y son esas intranquilidades de alma, esas dolencias que fatigan como el tic tac de un reloj descompuesto en una noche de insomnio, como una aguja clavada despertando recuerdos, los que dejan a un lado las convenciones y escriben.
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